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el blog de mauricio i. pérez

El Mal Nunca Tiene la Última Palabra

3/6/2025

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El mal nunca tiene la última palabra. Léelo bien: el mal nunca, nunca tiene la última palabra. La última palabra la tiene Dios, y su última palabra será siempre una palabra de amor y de bendición.

Tuve la oportunidad de reunirme con un grupo de personas que, a lo largo del tránsito por nuestras vidas, tuvimos que enfrentar juntos una de las situaciones más difíciles de nuestra vida. Tuvimos que enfrentar juntos un problema que nos afectaba a cada uno de una manera personal y directa, y que nos afectaba grande, grande, grandemente, que ponía en riesgo grandes cosas importantes de nuestras vidas. Al vivirlas juntos, nos unió... y vaya que sufrimos.

Déjame decirte que vaya que sufrimos. Lo que fue casi un año de una problemática verdaderamente mayúscula. Una problemática que nos afectaba no solamente a nosotros directamente, sino también —literalmente— a cientos de personas a nuestro alrededor. Un problema que en su momento incluso fue ampliamente documentado por uno de los periódicos más respetables de EE. UU.

No es necesario que te dé los detalles, pero basta con que te diga —y te asegure— que ha sido una de las pruebas más difíciles en toda mi vida. Lo mismo que para estas otras personas. Y vaya que sufrimos en su momento.
Vaya que el haber vivido esto juntos nos permitió ir sobrellevando la situación, eventualmente salir a flote. Ahora que nos reunimos, recordamos todo por lo que habíamos pasado cada uno, ¡y nos moríamos de risa! Nos moríamos de risa, y nos moríamos de risa de cosas que en su momento a algunos los hicieron llorar; incluso a otros les robaron el sueño por noches y noches; a otros nos llenaron de angustia.

Les decía yo: “¡Qué bonito es que en la vida podamos, con el paso del tiempo, reírnos de nuestros problemas por fuertes que éstos hayan sido!” Esto sirvió como un pequeño momento de reflexión en el que todos recapacitaron sobre esta realidad y estuvieron de acuerdo conmigo.

Eso me llevó a pensar en esta convicción que tengo —porque así es—: el mal nunca tendrá la última palabra. La última palabra la tiene Dios. De toda esa problemática que enfrentamos, quedó una de las amistades más hermosas. Por un grupo de personas que se pueden vivir y que, con el paso de los años, la amistad perdura, y los momentos de reencuentro son verdaderamente una bendición y una delicia.

Déjame decirte: por supuesto que a nadie le gusta enfrentar problemas. Y cuando uno los está enfrentando, no le gusta tener que enfrentarlos. Pero pues así es el caminar de la vida. Y la gran bendición que tenemos los hijos de Dios es que los problemas de la vida podemos hacerlos una cruz con la cual seguir a Jesús para así llegar al cielo.
“El que quiera venir en pos de mí,” dijo Jesús, “que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y que me siga.” Que le dé sentido a su cruz, cargándola detrás de mí, que también llevo la mía.

Ni siquiera Jesús se salvó de la cruz. Sin embargo, aunque Jesús fue crucificado, el mal no tuvo la última palabra. La última palabra la tuvo Dios, y fue una palabra de amor y de bendición. Y Jesús resucitó al tercer día, y después subió a los cielos.
La historia de tu vida no termina hoy. La historia de tu vida no termina hoy.

Y es un hecho que en la vida los grandes momentos son sucedidos por momentos muy difíciles. Pero también es un hecho que los momentos muy difíciles son sucedidos por momentos de gran alegría.
Así es la vida. Nadie se puede escapar de los problemas. Y la realidad es que si no hubiera problemas que enfrentar —de cualquier tipo—, qué aburrida sería la vida.

Si no hubiera problemas que enfrentar, ¿qué sería de nosotros? ¿Cómo creceríamos? ¿Cómo nos haríamos más fuertes? ¿Cómo nos haríamos más valientes? ¿Cómo nos haríamos más comprensivos con los demás? ¿Cómo nos haríamos más solidarios?

¿Cómo podríamos —si no enfrentamos problemas y si el que está a nuestro lado no enfrentara ningún problema— de dónde, entonces, sacamos nosotros oportunidades para ser buenos, para ser caritativos, para ser solidarios, para aprender a dar la mano, para dar de comer, para dar de beber, para dar vestido, para visitar, para perdonar?

Son esos problemas los que nos hacen ser mejores personas. Son esos problemas los que nos hacen también ser mejores hijos de Dios... si sabemos seguir a Jesús con nuestra cruz.

En la historia de la humanidad no habría héroes si no hubiera problemas. Los seres se convierten en héroes precisamente enfrentando los mayores problemas —en todos los ámbitos—. Y el religioso no es la excepción.
San Maximiliano Kolbe no hubiera llegado a ser mártir ni a ser uno de los santos más representativos del siglo XX si no hubiera sido enviado al campo de concentración. Si los nazis no hubieran cogido al azar a un grupo de personas para mandarlas a morir de hambre, y uno de ellos no hubiera caído de rodillas, suplicándoles:

—¡Por favor, a mí no! Porque un día quiero salir de aquí para volver con mi esposa y con mi hijo...

Entonces, Maximiliano Kolbe dio su vida a cambio. Y fue a morir en una celda de hambre, con otras personas, a las que él consolaba, a las que él apoyó espiritualmente, a quienes hacía incluso cantar Ave Marías... ya muriéndose, agonizando.
Y qué terrible, de no ser para Maximiliano Kolbe, tener que vivir en un campo de concentración, viendo a tantas personas sufrir y sufriendo él mismo del maltrato, del abuso, de las golpizas que le propinaron los nazis por ser sacerdote. Pero eventualmente, enfrentando el problema, dando su vida por uno que tenía un problema mayor —tenía una esposa y un hijo con los cuales quería volver un día—...

Y Maximiliano Kolbe muere. Y no de hambre, porque no se moría. Ni siquiera se pudo morir de hambre, hasta que se hartaron los nazis y le inyectaron ácido carbólico para matarlo. Y de ahí se fue al cielo, convirtiéndose en un punto de referencia para seguir a Jesús del lado de María, a quien él amaba profundamente. Gracias a lo que tuvo que enfrentar en el campo de concentración.

Pero fue así que Dios tuvo la última palabra, haciéndolo uno de los más grandes santos del siglo XX.

Aun la mayor de las enfermedades, que acaba con la vida de alguien, no tiene la última palabra. Nadie va a salir vivo de este mundo. Es una realidad: todos vamos a morir de algo. De lo que sea, pero vamos a morir.

Para muchos, es una enfermedad que parece no tener remedio y que, bueno, médicamente no tiene remedio, y acabará con la vida. Para otros será un accidente. Para otros, será una causa desconocida.

Pero por terrible que sea un accidente, y por terrible que sea una enfermedad, no tendrán la última palabra. La última palabra la tendrá Dios. Y será una palabra de amor y de bendición.

Porque después de la muerte vendrá la vida eterna, en presencia de su Hijo, al lado de su Madre, en la gloria de Dios por los siglos de los siglos.

Si enfrentas un problema, tiene que quedarte esto claro:

Ningún mal —léelo bien— ningún mal tendrá la última palabra jamás.

​La última palabra la tiene Dios, y su última palabra es siempre una palabra de amor y de bendición.

¡Apasiónate por nuestra fe!

__________________________
© 2025 Mauricio I. Pérez. Todos los derechos reservados.
Prohibida la reproducción total o parcial de este contenido sin autorización expresa del autor.​

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    Revista Digital "Semillas
    para la Vida"

    Artículos del periodista Mauricio I. Pérez para diferentes publicaciones católicas.

    Como escritor, ha publicado 15 títulos, seis de ellos best sellers. 

    Ha recibido cinco premios nacionales de periodismo católico en Estados Unidos y Canadá

    Los artículos de Mauricio han sido publicados por:

    Revista Northwest Catholic de la arquidiócesis de Seattle.

    Periódico Pastoral Siglo XXI de la arquidiócesis de Monterrey.

    Periódico El Progreso de la arquidiócesis de Seattle.

    Revista La Familia Cristiana en Venezuela.

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