Pidamos perdón a Dios al pie de la cruz de Cristo Jesús
Llegados al lugar llamado Calvario, lo crucificaron allí junto con los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: ‘Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.’” (Lucas 23,33-34) La primera expresión de amor que escuchamos al pie de la cruz es el perdón. Con estas palabras de Jesús, el amor se hace perdón. Perdón para la humanidad caída que necesita volver a ser creada. Sin el perdón, seremos incapaces de comprendernos a nosotros mismos en el amor. Sin el amor, perdemos el sentido de la vida. Porque sin el perdón, entramos en el torbellino de nuestra propia incomprensión. Hemos sido creados para el amor y solo en el amor podemos experimentar las consecuencias del perdón. Por esta razón, si queremos comprendernos a nosotros mismos, con toda nuestra incertidumbre, con nuestra flaqueza o con nuestro pecado, debemos acercarnos a Cristo Jesús. Porque es con estas palabras que Cristo, preocupado por la salvación de todos, para que podamos llegar al conocimiento de la verdad y del amor, le pide a su Padre algo que nosotros mismos no hemos sabido pedir, algo que nos hemos olvidado de pedir, algo que nos rehusamos a pedir: el perdón. Desde la cruz escuchamos estas palabras de Jesús llenas de amor y de misericordia, “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.” Son palabras de súplica. Solo Jesús puede suplicar a su Padre aquello que es salvífico para nosotros. Son palabras de autoridad, porque todo lo que es pedido por Jesús a su Padre, es concedido. ¿Y qué más quisiera Jesús sino la reconciliación entre Dios y su pueblo? La más grande contradicción al plan divino es el hombre dando la espalda al proyecto de su propia salvación. Son también palabras de la misericordia que nos congrega a todos en la comunión. Solo en la comunión es posible reorganizar nuestras vidas. Es por el perdón que encontramos la unidad. Es a través del perdón que podemos alcanzar la comunión. Jesús, colgando de la cruz, no quiere morir sin dejarnos lo que necesitamos a fin de poder vivir en comunión: el perdón. Un perdón que nos llega de lo alto. Nos obtiene del Altísimo un don para nuestra humanidad caída: el perdón. Este Viernes Santo, mientras Cristo agoniza en la cruz, ponte de rodillas a sus pies y cubierto por su sombra, pide a tu Padre Dios que te perdone: Padre, perdóname, porque no sé lo que hago cuando me aparto de ti y cuando me olvido de tu amor. Perdóname Padre, porque sí sé lo que hago cuando miento, cuando ofendo a los demás, cuando busco satisfacer mi egoísmo, cuando lleno mi corazón de indignación y destruyo el amor, la paz y la armonía que quieres que exista siempre entre nosotros como un signo de tu presencia. Padre, perdóname por las tantas veces que me olvido de darte gracias. Padre, perdóname por las tantas veces que ignoro tu presencia en aquellos a quienes más amo, los miembros de mi familia. Padre, perdóname por las tantas veces que ignoro tu dolor en la cruz y busco solo mi placer y satisfacción. Padre, perdóname por las tantas veces que alguien en necesidad extiende su mano y yo, haciéndome a un lado, continúo mi camino. Padre, perdóname por las tantas veces en que condeno a mi prójimo, alegando que mi justicia ciega proviene de ti. Padre, perdóname por las tantas veces que me rehúso a pedirte perdón, evitando el sacramento de la reconciliación. Padre, perdóname por las tantas veces que me rehúso yo mismo a perdonar. Amén. ¡Apasiónate por nuestra fe!
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Revista Digital "Semillas
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