Las buenas personas nos permiten confiar en que no todo está perdido
Paseaba por Elliott Bay en Seattle con mis papás, que nos visitaban de México. Iba delante de nosotros una joven rubia, de unos 23 años. Seguramente turista, pues entraba y salía de las tiendas de recuerdos y al caminar miraba hacia todos lados. A nuestro paso, había una mujer indigente, de las que no tienen techo para pasar la noche. Estaba sentada en una banca y no tenía zapatos. Esta joven al verla, se sentó a su lado, se quitó los zapatos y le pidió a la mujer que se los probara. Viendo que le quedaban, se los obsequió y siguió caminando descalza por la acera. Siendo el Año de la Misericordia, mi instinto periodístico de inmediato me impulsó a entrevistarla. Quería saber qué había motivado a esta joven a realizar un gesto tan generoso. Acababa de ser testigo de cómo Dios bendijo a esta mujer que no tenía zapatos a través de una joven de buen corazón. El gozo interior que se siente al hacer el bien Ante quien tiende la mano, la mayoría pasa de largo. Uno que otro da una moneda o algo que le sobra de su almuerzo. Pero quitarse los zapatos y continuar descalza por la calle, era un ejemplo vivo de misericordia que me llenó de esperanza: todavía queda gente buena en este mundo, sigue habiendo jóvenes con corazones generosos capaces de llegar al extremo. Si a su edad esta joven es capaz de conmoverse y obsequiar su propio calzado a quien no lo tiene ¿qué será capaz de hacer cuando tenga 40 años? Pero en ese instante batallábamos con un helado que se nos derretía bajo el calor y al mirar de nuevo al frente, la joven se había desvanecido entre la multitud. No pude hablar con ella. Media hora después la vi de nuevo, formada en la fila de la inmensa rueda de la fortuna en el muelle. La vi de lejos, con los pies descalzos y una sonrisa en sus labios. No era la sonrisa de una turista que se divierte. Era la sonrisa que brota del gozo con que somos premiados cada vez que somos buenos. Siempre que hacemos una obra buena, nos sentimos bien con nosotros mismos, por simples que sean nuestros gestos. Basta con levantar un objeto que se le cayó a alguien, detener una puerta para que pasen quienes vienen detrás o ayudar a que alguien cruce una calle. Toda obra generosa es recompensada con una sensación de gozo. Dios bendice a sus hijos a través de sus hijos mismos Hacer el bien nos dignifica como personas y nos hace parecernos más al Dios que nos creó a su imagen y semejanza. De ahí que nos sintamos gozosos ¿Cómo no iba a sentir esta joven ese gozo interior y a irradiarlo con su sonrisa tras haber sido portadora de la bendición de Dios para aquella mujer que no tenía techo ni calzado? Dios no iba a aparecer de la nada unos zapatos ante ella. Tampoco iba a enviar un ángel del cielo con un par de zapatos. Para bendecir a esta mujer en su carencia, se valdría de una hija suya capaz de abrir su corazón. Dios bendice a sus hijos a través de sus hijos mismos. Por eso nos pide ser misericordiosos. Así sus hijos pueden gozar de su misericordia cuando más la necesitan. Debíamos volver a casa. No pude esperar a que la joven saliera de la rueda de la fortuna para intentar entrevistarla. Ni su nombre supe. Pero su generosidad me estremeció profundamente. Sobre todo, me llenó de esperanza. Todavía hay gente buena y misericordiosa. “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.” (Mateo 5,3) ¡Apasiónate por nuestra fe!
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Revista Digital "Semillas
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