Parte 2 de 3: El perdón divino y la restauración de la dignidad perdida
En nuestra columna anterior iniciamos una reflexión bíblica sobre la parábola del padre Amoroso. (Lucas 15,11-32) Paso a paso desmenuzamos la caída del hijo pródigo (11-16) y su conversión (17-20), según las desarrolla Jesús en su relato. Ahora nos detendremos a contemplar el proceso del perdón del padre a su hijo que vuelve arrepentido. Tema muy importante este Jubileo de la Misericordia porque a través de este padre Jesús nos explica cómo es la misericordia de Dios. Un padre que perdona con todo su ser “Estando el hijo todavía lejos, lo vio su padre y se conmovió; corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente.” (20) Jesús quiere destacar y dejar claro cómo el padre amoroso reacciona con todo su ser para perdonar a su hijo: Dándose cuenta que viene de regreso, lo ve con sus ojos. Se conmueve, es decir, siente compasión por él. En hebreo, la palabra compasión se dice rahamim, un sentimiento que proviene del rehem, el seno materno. No hay amor más profundo que el que siente una madre por el hijo que lleva en sus entrañas. Con este amor entrañable, con su más profundo amor, reacciona el padre amoroso. Corre con sus piernas y sus pies hacia su encuentro. Se echa a su cuello con sus brazos y sus manos. Finalmente, lo besa con sus labios. Así es la misericordia del padre amoroso que tan pronto descubre que su hijo regresa, reacciona con absolutamente todo su ser. Y esto no le basta, echará la casa por la ventana para celebrar el regreso de su hijo arrepentido. “El hijo le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo’.” (21) Es importante notar cómo aun cuando el padre amoroso ha perdonado ya a su hijo con todo su ser y con el amor más entrañable, permite que su hijo pida perdón. No le tapa la boca. Lo deja confesar su pecado. El padre sabe que es necesario que el hijo se reconozca pecador y que además lo confiese. Porque ama tanto a su hijo, quiere que recupere su paz interior. Para ello, debe desahogarse confesando el pecado que cometió, no solo contra su padre sino también contra Dios. Un padre que devuelve a su hijo la dignidad perdida “Pero el padre dijo a sus siervos. ‘Daos prisa. Traed el mejor traje y vestidle; ponedle un anillo en el dedo y calzadle unas sandalias.’” (22) La desnudez en la Escritura es símbolo de la pérdida de dignidad (Adán y Eva se descubrieron desnudos tras cometer el pecado original). El hijo pródigo había perdido su dignidad al pecar contra el cielo y contra su padre; al haber dejado de ser él mismo para vivir una vida de pecado. Su padre amoroso manda vestirlo con el mejor traje para devolverle así la dignidad que había perdido. Tras violar la ley pidiendo él mismo a su padre que le diera su parte de la herencia, había perdido sus derechos legales. Poniéndole un anillo, el padre le devuelve esos derechos perdidos. Andar descalzo era propio de esclavos. El hijo pródigo se había vuelto esclavo de sus pecados. Había que liberarlo y como símbolo, su padre lo calza con unas sandalias. Vemos como paso a paso, el padre amoroso no solo perdona, sino que restaura la dignidad que su hijo había perdido. Habiendo perdonado y restaurado la dignidad del hijo, el padre amoroso ordena “Traed el novillo cebado y celebremos una fiesta, porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida; se había perdido y ha sido hallado’.” (23-24) ¡Apasiónate por nuestra fe!
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