En verdad, cuenta tus bendiciones
En 1985, un terremoto de magnitud 8.1 devastó la Ciudad de México. Miles murieron bajo los escombros de una cantidad espeluznante de edificios que se derrumbaron. Se puso a prueba el temple de todos los habitantes que demostraron su solidaridad ante algo tan terrible. Pocos días después, un señor estacionó su automóvil frente a mi casa. Lo estacionó para siempre. Surgido de la nada, siempre envuelto en un misterio, se convirtió en nuestro vecino. Pasaron los años y el señor vivía en su automóvil. Lo veíamos desde nuestra ventana. Diario sacaba una escoba y barría la acera al lado de su auto como si fuera la de su casa. Pedía a la gente que encontraba que le “prestara un peso”. Juntando pesos, se sostenía. Llamaba la atención su pulcritud. Perfectamente peinado. Siempre de traje y corbata que con el tiempo se hicieron brillosos. Me intrigaba dónde se aseaba, pues no tenía mal olor. Aunque sus conversaciones parecían sensatas, sus relatos eran fantasiosos y no sabía en qué fecha vivía. Cada noche, sacaba un cobertor de su cajuela y dormía en su auto. Alguna vez lo invitamos a pasar la navidad en casa, pero se rehusó. Otra vez le llevamos comida y la rechazó. Unos vándalos rompieron su parabrisas, dejándolo a la intemperie. Sobrevivió varias semanas cubriendo con un plástico hasta que lo pudo cambiar. El coche jamás cambió de posición. Ignoro si servía. Varias veces nos cruzamos y me pedía un peso prestado. La primera vez fue mientras esperaba yo el autobús de la universidad. Sin pensar, como hace uno cuando tanta gente pide limosna y no se puede ayudar a todos, le dije que no tenía. Al instante me di cuenta de que le negaba ayuda a mi vecino que vivía en un coche. Me sentí tan mal. Jamás le volví a negar un peso. Pasaron los años y el señor seguía viviendo en su coche, en su mundo de historias fantasiosas. Seguramente perdió su casa y su familia en el terremoto y se quedó solo con su automóvil. El trauma lo hizo perder noción de la realidad y lo zambulló en ese mundo irreal donde vivía. Era bien educado, sus modales refinados y siempre muy amable al conversar y pedir el peso prestado. Todos los vecinos vivíamos en nuestras casas, rodeando al vecino que dormía en su auto. Todos cambiando de ropa, mientras el traje del vecino se hacía más brilloso. Un día, enfermó. Una vecina le llevó al amanecer caldo de pollo y lo encontró muerto, sentado, con paz en su rostro, abrazando su almohada, dentro de su auto. Llegó la policía, sacó el cuerpo, se llevó el coche y nada quedó. Otro auto llegó y se estacionó donde por más de 20 años fuera el “domicilio” de nuestro vecino que vivía en un coche, borrando para siempre todo rastro de la existencia de un hombre que vivió entre nosotros en la carencia total. No tenía casa, no tenía familia, no tenía siquiera noción de la realidad. Nos acostumbramos a él y se nos hacía tan cotidiano, que nos olvidamos de pensar en sus limitaciones, hasta que murió. Este año, 32 después, también el 19 de septiembre, otro terremoto de magnitud 7.1 derribó decenas de edificios y arrebató la vida a cientos de personas en México y poblados cercanos. Miles lo han perdido todo y se han visto forzados a comenzar de nuevo. Cuenta tus bendiciones. Es común olvidar que tenemos vida, a quién amar y quién nos ame. Acostumbramos quejarnos de todo y queremos acumular más, cuando pocas cosas en verdad importan: cumplir la voluntad de Dios, mantener el amor y la armonía en casa y agradecer al Creador por cada día que nos da. ¡Apasiónate por nuestra fe! _____________________ © Seminans Media & Faith Formation Todos los derechos reservados. Este artículo puede ser publicado en otros medios impresos o digitales únicamente con el permiso expreso del autor., el cual puede solicitar dirigiéndose a [email protected]
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