Se Busca Maestra de Bastoneras 1978, primero de primaria, The British School. Hace 42 años ya. Se avecinaba el Día del Padre y con él, el tradicional Concurso de Declamación del Día del Padre. Lo celebraba la escuela el sábado anterior al festejo. A diferencia del festival del Día de las Madres, que se llevaba a cabo entre semana y en horario de clases, pues en ese entonces, casi ninguna mamá trabajaba, el Concurso de Declamación se hacía en fin de semana. Así, los papás podían asistir. Miss Irma, nuestra maestra de Español, nos enseñó un poema que después resultaría por demás trillado. Pero para nosotros, a nuestros 6 y 7 años, significaba memorizar dos estrofas de cuatro versos octosílabos cada uno y además, recitar con sentimiento: Cultivo, de José Martí. Todos tuvimos que recitarlo de memoria y la maestra de ahí escogió a unos pocos para participar en el Concurso de Declamación. Fui de los elegidos. Para presentarse en el certamen, había que pasar por el filtro final de la coordinadora del paternal concurso. Ese año, se trataba de una maestra muy joven. No sé si era maestra auxiliar, de esas que cubrían a cualquier maestra que faltara por enfermedad. Por las tardes, era la entrenadora de la escuadra de bastoneras. Sí, en ese tiempo, la escuela tenía una escuadra de bastoneras. Ensayaban todo el año para encabezar el Desfile de Primavera que la escuela hacía por cuenta propia surcando las calles de la Colonia Nápoles en la Ciudad de México un día antes de salir de vacaciones de Semana Santa. El martes antes del poético certamen, la capitana de las bastoneras pasó de salón en salón preguntando por los nominados para presentarse el sábado ante los papás y las mamás que irían como siempre, listas con su Instamatic de bolsillo y una cajita de Magicubos Kodak para preservar para siempre ese momento. Los martes teníamos clase de Educación Física o Natación (al gusto de cada quien). En esos tiempos, no había pants de calentamiento. Era común que los niños vistiéramos todo el día el pantalón corto blanco, con sus vivos en rojo y azul, y la camiseta de algodón que por diseño tenía escrito las palabras Colegio haciendo un arco y Británico de forma horizontal. El trazo me recordaba los transportadores de Geometría. Años después se agregaría el escudo y luego cambiaría el diseño total de la camiseta. La bastonera en jefa nos subió a todos a la cancha de frontón en la azotea que hacía las veces de patio en los recreos. Nos formó en una fila para ir llamando a cada uno de los nominados y decidir quiénes tenían con qué presentarse el sábado ante los papás. Yo había dejado mi suéter en el salón y la mañana estaba muy fría. Comencé a tiritar. La maestra estaba sentada con una tabla donde sostenía una hoja con la lista de nuestros nombres. Pensé pedir permiso para bajar por mi suéter, pero no lo hice. Era yo muy tímido y más con las maestras que no eran mías. La prueba comenzó. Pasó el primer niño a recitar su poema. Cuando venía de regreso a la fila, me llevé los puños a la boca y musité en voz baja, –Brrrrrrrr. ¡Qué frío! La maestra se levantó al instante y se dejó venir enfurecida. Mirándome a los ojos, gritó, –¡No se puede hablar! ¡Quedas descalificado! ¡Vete a tu salón! ¡No te quiero ver aquí! Así, me descalificó sin más. Ni siquiera me había oído declamar. Y todo, por tener frío. Todavía tiritando, caminé hacia las escaleras, las bajé corriendo y llamé a la puerta de metal. Estaba abierta, pero había que guardar las formas. –¿Puedo pasar? Miss Irma escribía en el pizarrón. Volteó a verme desconcertada. –¿Tan pronto? ¿Ya terminó la prueba? –Me descalificó la maestra porque dije que tenía frío. –¿Qué te dijo? –Que no me quería ver y que bajara a mi salón. Algo me decía que, a la salida, Miss Irma se lo diría a mi mamá. Mi mamá a mi papá... Me imaginé metido en un problema. El resto del día fue angustiante. No borraba de mi mente la mirada de la maestra echándome del concurso ni el temor de lo que me dijeran en casa cuando se enteraran. Como imaginé, sucedió. De camino a casa, en el Volkswagen de mi mamá, ella me preguntó, –¿Que te descalificaron del concurso de poemas? –Sí. –Pues ¿qué pasó? –Es que hacía mucho frío y estaba temblando. Solo dije “¡Qué frío!” y la maestra se enojó y me corrió. –Ah... Pues, ¡qué maestra! Se lo contó a mi papá. Les pareció a los dos una injusticia, pero ahí quedó la cosa. Sí, me sentí mal en su momento. Y honestamente, no estaba yo para juegos. Nunca me ha gustado el abuso de autoridad y lo habría de dejar claro a mi manera: En los años siguientes, sistemáticamente me escogerían para participar en el Concurso del Día del Padre y sistemáticamente no me presentaría. Me habían echado la primera vez sin siquiera escucharme. En respuesta, había decidido yo que, a partir de entonces, serían ellos quienes se perderían de mi participación. Y así fue. Era una forma mía de hacerles sentir que, de mí, no abusaba nadie. Esta mañana me topé por casualidad con uno de los poemas que he grabado para mi programa de radio. Han sido del gusto de mi auditorio y tengo varios publicados en YouTube. El poema que encontré lo grabé hace dos años, justamente para el Día del Padre. Me vino a la mente la bastonera... 42 años han pasado y me pregunto qué será de ella. Al año siguiente, ella ya no estaba en la escuela y tampoco volvió a haber bastoneras. No tuve manera de saber su nombre. Pero me gustaría saberlo. Me gustaría saber qué fue de ella. Y sobre todo, me gustaría ver qué tal declama. Me gustaría ver qué tal declama alguien que con la mano en la cintura es capaz de truncar el camino de un niño de 7 años. Alguien que, con la mano en la cintura, es capaz de arrebatarle a un papá la oportunidad de ver a su hijo dando lo mejor de sí por cariño a él. Alguien que, inmisericorde, me echó de su concurso. Alguien que no pudo darme una segunda oportunidad, pues ni siquiera fue capaz de darme la primera. Irónicamente, el poema que aquella maestra no me dejó declamar, terminaba diciendo: "...y para el cruel que me arranca el corazón con que vivo, cardos ni ortigas cultivo. Cultivo una rosa blanca". Podría apostar que esa maestra no recuerda el incidente. Pero yo sí. Y me gustaría encontrarla, 42 años después, para retarla a un mano a mano de declamación. En estos días, la distancia no es pretexto. Todos pueden encender la cámara de su teléfono y filmarse. Hay maestros que dejan huella para bien, pero hay maestros que dejan huella para mal. No sé cómo se llama, no sé qué fue de ella. Pero tal vez, solo tal vez, alguien que lea estas líneas la recuerde o la conozca. Tal vez alguien sabe dónde está. Tal vez alguien sabe cómo localizarla. Y tal vez alguien pueda ponerme en contacto con ella. Le recordaré aquel día y la retaré a ver de a cómo nos toca. Cada uno recitando sus mejores versos. Veremos entonces si así como es sencillo ser valiente con un niño de 7 años, se es valiente para contender con ese niño, 42 años después, en las lides de los versos, la declamación y la poesía. ________________________ © MMXX Mauricio I. Pérez
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