Los elementos litúrgicos que hacen de esta celebración litúrgica una misa única y de las más intensas que celebra la Iglesia Católica año con año.
Después de haber preparado nuestros corazones desde el principio de la Cuaresma con nuestra penitencia y nuestras obras de caridad, hoy nos reunimos para iniciar, unidos con toda la Iglesia, la celebración anual del Misterio Pascual, es decir, de la pasión y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, misterios que empezaron con su entrada en Jerusalén, su ciudad. El nombre litúrgico de este día es Domingo de Ramos en la Pasión del Señor. Mediante la anámnesis y la mímesis propias de la Sagrada Liturgia, recordamos y revivimos la entrada de Cristo, el Señor, en Jerusalén para consumar su Misterio pascual. La anamnesis consiste en recordar un evento que ocurrió en el pasado con el propósito de traerlo al presente. La mímesis consiste en imitar los gestos de un acontecimiento pasado para revivirlos aquí y ahora. De esta forma, este memorial litúrgico nos mete de lleno en el gozo de la entrada triunfal de Jesús en la Ciudad Santa, sobre todo cuando la celebración litúrgica da inicio con la procesión (el Misal permite dos formas de entrada adicionales: la entrada solemne, sin procesión, dentro de la iglesia; y la entrada simple en que la Misa inicia, prácticamente, como de costumbre). La anámnesis de la Entrada a Jerusalén la realizamos escuchando la lectura del Evangelio, que nos narra este épico episodio de la vida de Jesús. En el Ciclo A, escuchamos el relato que hace Mateo (21,1-11), en el que Jesús indica a dos de sus discípulos ir al pueblo ubicado frente a Betfagé y tomar prestados una burra y un burrito. En el Ciclo B, podemos escuchar el recuento de Marcos (11,1-10), que habla solo de un burro y agrega que algunos en ese pueblo cuestionaron a los dos apóstoles por tomarlo. También podemos escuchar lo que dice Juan (12,12-16), en cuya versión Jesús se encuentra Él mismo con un burro y sin más, lo monta para cumplir las Escrituras. A diferencia de los otros evangelistas, Juan no detalla el hecho de que el burro fue cubierto con mantos, lo cual es un gesto reservado para una montura real. En el Ciclo C, escuchamos a Lucas (19,28-40) contar una versión muy similar a Mateo y Marcos, especificando que fueron los dueños del burro quienes cuestionaron a los dos apóstoles que lo tomaron prestado. Los cuatro evangelistas son consistentes en señalar que Jesús era aclamado al entrar a Jerusalén, ya con hosannas, ya con bendiciones al Rey de Israel. Lucas agrega que los fariseos reprocharon a Jesús ordenándole que reprendiera a sus discípulos, a lo que Jesús replica asegurándoles que “si ellos callan, hablarán las piedras”. La mímesis se realiza con la procesión de la asamblea hacia el interior de la iglesia, cada quien llevando ramas de olivo u hojas de palmera, que son asperjadas con agua bendita al inicio y entonando cantos de aclamación a Cristo Rey. Tal como sucedió en Jerusalén aquel glorioso día, cada uno de nosotros siente en sus manos los ramos y palmas, avanza entre la gente y canta aclamando al Señor, reviviendo y actualizando ese glorioso momento. Un momento de gran gozo para Cristo, sus apóstoles, sus discípulos y para nosotros, su Iglesia. Un gozo que en breve, habrá de transformarse en drama en la misma celebración litúrgica cuando se proclame el Evangelio, que se distingue de los evangelios del resto de las misas del año litúrgico de formas especiales:
Un Evangelio dramático que nos confronta año con año con la injusticia de los juicios contra Jesús, la tortura de su flagelación, el tormento de su camino al Calvario y el martirio de su muerte en la cruz. Un Evangelio que conmueve hasta al más insensible y que deja a muchos con un nudo en la garganta. El drama de la Pasión se desdobla, paso a paso, ante nosotros. Nuestra imaginación nos mete de lleno ante el Sanedrín, en el palacio de Herodes y el pretorio de Pilato, a orillas del camino al calvario y al pie de la Cruz. Un Evangelio que nos deja mudos y que por esa razón, por única vez en el año, el Misal permite que en vez de homilía se guarde silencio si el celebrante así lo prefiere. Pero ¿qué provoca ese nudo en nuestra garganta? ¿Qué es lo que nos deja mudos cada año? ¿El horror de la pasión de Cristo o la vergüenza de saber que aunque ha muerto por nosotros, no le hemos sabido responder con fidelidad? ¿El dolor por verlo sufrir por nosotros o el reconocer que no somos merecedores de semejante sufrimiento? La Cuaresma aún no ha terminado. El Domingo de Ramos en la Pasión del Señor es, de hecho, el Domingo VI de Cuaresma. Pero con esta celebración inicia nuestra Semana Santa. Para este momento nos hemos preparado a lo largo de la Cuaresma rezando de forma más intensa, cultivando nuestra generosidad y esforzándonos por guardar el ayuno. Esta semana, Cristo habrá de instituir la Eucaristía y el sacerdocio el Jueves Santo, morirá por nuestra salvación el Viernes Santo, de su sepultura descenderá a los infiernos el Sábado Santo y resucitará con toda su gloria el Domingo de Pascua. El misterio de redención está por consumarse y Cristo nos invita a ser testigos de su infinito amor, viviendo a su lado estos sagrados misterios. ¡Apasiónate por nuestra fe! ______________________ © Mauricio I. Pérez | Todos los derechos reservados.
0 Comentarios
Tu comentario se publicará después de su aprobación.
Deja una respuesta. |
Revista Digital "Semillas
|