El padre que sabe formar auténticos hijos de Dios
En junio de celebra el Día del Padre en Estados Unidos y en otros países. Si eres padre de familia, es forzoso detenerte a reflexionar en la grandísima misión de la paternidad que Dios te ha encomendado. Es necesario comprender que no hay misión más grande que ser padre para tus hijos; que no hay responsabilidades más fuertes, que las que tienes con tus hijos; que no hay éxito más grande, que ser cabeza de una familia estable, unida y cercana a Dios. Ocuparás cargos importantes, tendrás todo el dinero, recibirás los reconocimientos más prestigiosos, construirás la casa más bonita, pero te garantizo que al final de tus días, solo haber formado una familia unida te dará tranquilidad. Solo haber forjado una familia virtuosa, decente, honesta y amorosa, te dejará morir en paz. Todo lo demás no importa: éxito, dinero, premios y triunfos, de nada le valen a aquel que tiene una familia desunida, desleal e inestable ¡te lo garantizo! De ahí que se justifique recordarte a ti mismo el Día del Padre, la grandísima misión que Dios te ha encomendado: hacer de tu familia, una familia de Dios. Tus hijos dependen en su formación humana de ti. Porque te admiran, te imitan. ¿Quieres que sean respetuosos? Dales el ejemplo tú, siendo respetuoso y respetable. ¿Quieres que sean estudiosos? Dales el ejemplo tú, siendo muy trabajador. Claro, sin anteponer el trabajo a tus hijos y siempre teniendo tiempo para ellos. ¿Quieres que sean buenos esposos? Dales el ejemplo tú, siendo el mejor esposo. No seas tú como los que viven en la oficina resolviendo problemas sin saber siquiera qué problemas afligen a sus hijos. No seas de los que permiten que sus amigos entren en su casa vociferando palabrotas y juramentos frente a su esposa y sus hijos. No seas de los que nunca dan gracias a Dios por los alimentos antes de compartirlos en familia. No seas de los que dan a sus hijos todo lo que piden, porque entonces crecerán con la idea de que todo el mundo está solo para servirlos. No seas de los padres timoratos que temen usar la palabra “malo” o “pecado” para calificar lo que está mal. Al pan, se le llama “pan” y al vino, “vino”, y tus hijos lo deben aprender de ti. No seas tú de los que siempre se ponen en contra de los maestros que corrigen a sus hijos, de los vecinos que se quejan porque sus hijos les han roto un vidrio, de los tíos que les llaman la atención, afirmando que todos les tienen mala voluntad. Sé más bien de los padres que con sus propias manos moldean hombres de bien. De los que forman con su oración hombres de espiritualidad. De los que hacen de sus hijos unos quijotes, capaces de perseguir los ideales más nobles y de defender los más puros amores. De los que con su firmeza forjan hombres viriles, fuertes, puntuales, respetuosos y caballerosos. Que con su ternura forman mujeres seguras de sí mismas, amables, delicadas — que no débiles — y femeninas. En una palabra, sé tú de los que hacen de sus hijos buenos cristianos y virtuosos ciudadanos, verdaderos hombres de Dios. Para ello, la enseñanza más importante que debes dar a tus hijos, es la del amor. Nuestra sociedad parece burlarse de los hombres que saben ser amorosos, que saben querer a los demás, que no temen decir “te quiero” a sus familiares y amigos. ¿Quieres que tus hijos aprendan a conservar sus amistades? Enséñales a decir “te quiero”. ¿Quieres que tus hijos tengan familias estables y duraderas? Enséñales que vale la pena amar. Porque para amar y decir “te quiero”, se necesita ser bien hombre y bien cristiano. ¡Apasiónate por nuestra fe!
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