Para la mayoría de la gente, la palabra Apocalipsis es sinónimo de catástrofe, de una etapa de destrucción. Por ello, muchos quieren encontrar en el Libro de la Revelación una descripción del cataclismo que ha de poner fin a nuestra historia. Esta errada idea, basada en no otra cosa que la ignorancia bíblica, y apoyada por las producciones cinematográficas y las interpretaciones tendenciosas que sobre el libro hacen diversas sectas, provoca en la gente no solo confusión, sino peor aún, miedo y angustia.
Ciertamente que el Apocalipsis presenta un relato trágico, en cuanto a que hace referencia concreta a la persecución de la naciente iglesia por el Imperio Romano. Pero el objetivo fundamental es más bien ilustrar cómo pese a esta persecución, el reino de Dios prevalecerá. De esta forma, el libro del Apocalipsis es en verdad un mensaje de buenas noticias. Se trata de un conjunto de revelaciones expresadas bajo el género literario apocalíptico, que se caracteriza por la abundancia de simbolismos que hay que descifrar. Para el estudioso de este libro, no resulta tan complicado vislumbrar fuertes semejanzas entre los símbolos usados en la Revelación de Juan, y otros textos bíblicos, sobre todo el libro de Daniel. Pero incluso sin adentrarse en las profundidades de la exégesis, basta una cuidadosa lectura para percibir el mensaje alentador de este libro: a lo largo del escrito, el autor del Apocalipsis –que se identifica a sí mismo como Juan-, expone siete bienaventuranzas. No sólo una, sino siete, nada menos que el número que representa la totalidad. Así pues, es posible entender que el libro es un texto de total bienaventuranza. “Dichoso el que lea y los que escuchen las palabras de esta profecía y guarden lo escrito en ella”. En este artículo mostraré las siete bienaventuranzas del Apocalipsis, con un breve análisis que espero sirva al lector para comprender mejor su mensaje. Para desarrollar mi escrito, he empleado el texto de la Edición Española de la Biblia de Jerusalén. Las siete bienaventuranzas que se encuentran a lo largo del Apocalipsis, son las siguientes: 1,3: Dichoso el que lea y los que escuchen las palabras de esta profecía y guarden lo escrito en ella, porque el Tiempo está cerca. 14,13: Luego oí una voz que decía desde el cielo: «Escribe: Dichosos los muertos que mueren en el Señor. Desde ahora, sí –dice el Espíritu–, que descansen de sus fatigas, porque sus obras los acompañan.» 16,15: Mira que vengo como ladrón. Dichoso el que esté en vela y conserve sus vestidos, para no andar desnudo y que se vean sus vergüenzas. 19,9: Luego me dice: «Escribe: Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero.» Me dijo además: «Estas son palabras verdaderas de Dios.» 20,6: Dichoso y santo el que participa en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene poder sobre éstos, sino que serán Sacerdotes de Dios y de Cristo y reinarán con él mil años. 22,7: Mira, vengo pronto. Dichoso el que guarde las palabras proféticas de este libro. 22,14: Dichosos los que laven sus vestiduras, así podrán disponer del árbol de la Vida, y entrarán por las puertas en la Ciudad. Primera Bienaventuranza Dichoso el que lea y los que escuchen las palabras de esta profecía y guarden lo escrito en ella, porque el Tiempo está cerca. (1,3) Así termina el autor el prólogo a las profecías que habrá de desarrollar. Una frase alentadora, que de inmediato deja sentir el gozo que se puede lograr al leer, escuchar, y poner en práctica lo prescrito en el resto del documento. Esta idea de gozo es opuesta al sentimiento de angustia que mencionaba al inicio de este artículo. Si se tratara en verdad de un texto descriptivo de los horrores que el hombre ha de padecer, las primeras palabras del autor serían de advertencia sin lugar a dudas, mas nunca de bienaventuranza. Los primeros versículos presentan pues, los parámetros bajos los cuales se ha de interpretar el resto del libro. El libro en conjunto está en consecuencia bajo el signo de la bienaventuranza. Lo que el autor del Apocalipsis ha de describir y revelar no pretende infundir inquietud ante la amplitud de la crisis, sino que por el contrario busca compartir la convicción de que la condición de discípulo de Cristo supone un llamado a la felicidad. El escrito está sembrado de promesas de felicidad para los que observen “las palabras de esta profecía”. Segunda Bienaventuranza Luego oí una voz que decía desde el cielo: «Escribe: Dichosos los muertos que mueren en el Señor. Desde ahora, sí –dice el Espíritu–, que descansen de sus fatigas, porque sus obras los acompañan.» (14,13) Esta bienaventuranza es fácil de comprender: el contraste entre el castigo de los impíos y el descanso que espera a los fieles. Tercera Bienaventuranza Mira que vengo como ladrón. Dichoso el que esté en vela y conserve sus vestidos, para no andar desnudo y que se vean sus vergüenzas. (16,15) Esta bienaventuranza se encuentra en el noveno capítulo del libro, que habla sobre “Las Siete Copas de la Ira de Dios” (15,1-6,21). Estas copas son derramadas por siete ángeles, y al derramarse la sexta copa sobre el Éufrates, sus aguas se secan para preparar el camino a los reyes de Oriente, refiriéndose el autor a los Partos. Este pueblo fue un arduo enemigo para el Imperio Romano (criticado constantemente en el Apocalipsis, por su encarnada persecución al cristianismo), y el autor lo usa como prototipo de los invasores terrenos que amenazarán siempre a los imperios humanos. Este pasaje concluye con la convocatoria de todos los reyes del mundo a reunirse en el lugar llamado en hebreo Harmaguedón (16,16b), es decir, en el monte de Meguiddó, donde murió el rey Josías. (2 R 23, 29s). Por ello, esta ciudad de la llanura que rodea la cadena del Carmelo, es usada como símbolo de desastre para los ejércitos que allí se reúnan (Za 12,11). Ante estos acontecimientos, Juan se vale de una glosa (v.15) para hacer eco a la advertencia de Cristo sobre la necesidad de “vigilar”: “Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que le horadasen su casa. Por eso, también vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre.” (Mt 24, 42-44). La actualización del versículo es sencilla: la muerte ha de venir, pero bienaventurado será el que viva cerca de Dios, pues no quedará en el desamparo. Cuarta Bienaventuranza Luego me dice: «Escribe: Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero.» Me dijo además: «Estas son palabras verdaderas de Dios.» (19,9) La perícopa de los “Cantos triunfales en el cielo” (19) expresa el júbilo en el cielo tras la caía de Babilonia. Primero con un himno que concluye diciendo “¡Amén! ¡Aleluya!” (4d) y luego con un cántico que manifiesta su alegría porque un mundo nuevo va a comenzar: “Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero, y su Esposa se ha engalanado y se le ha concedido vestirse de lino deslumbrante de blancura –el lino son las buenas acciones de los santos-” (19,7-8). La literatura apocalíptica siempre se refiere a un momento histórico específico, aunque siendo un mensaje de inspiración divina, siempre puede actualizare por todos los tiempos. En el caso concreto del Apocalipsis de Juan, el texto se ocupa de la persecución de la naciente iglesia por el Imperio Romano, representado entre otras formas por Babilonia, la Célebre Ramera (recomiendo la lectura de mi artículo al respecto de este tema, La célebre Ramera de Apocalipsis 17). Pero de la misma forma que en los inicios de la iglesia, imperios y poderes van siendo derrotados por Cristo y sus seguidores, y las grandes Babilonias de todos los tiempos seguirán cayendo, pues su maldad y abuso, su deseo de lujo y desmedida acumulación de riquezas, sus persecuciones injustas, las llevarán a su ruina. Pero en medio y a pesar de todo, el reino de Dios y las bodas del Cordero han sido también una realidad patente a lo largo de nuestra historia, motivos que siguen haciendo estallar al pueblo de Dios en gritos de júbilo. La iglesia, que es la esposa (pueblo de Dios), está lista para la boda definitiva, gracias al mismo Cordero que la desposa. Bienaventurado sea el que esté invitado a participar de estas bodas. Y para que no quede duda, esta bienaventuranza es palabra verdadera de Dios, tal como indica el autor (cf 19,9b) Quinta Bienaventuranza Dichoso y santo el que participa en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene poder sobre éstos, sino que serán Sacerdotes de Dios y de Cristo y reinarán con él mil años. (20,6) Esta bienaventuranza se ubica dentro de uno de los pasajes más complicados de entender en el Apocalipsis, “El Reino de Mil Años”. Por ello, creo conveniente ahondar un poco en el análisis de la perícopa a fin de que la bienaventuranza tenga mejor sentido, y entender de paso cuáles interpretaciones del pasaje no resultan satisfactorias. Luego vi unos tronos, y se sentaron en ellos, y se les dio el poder de juzgar; vi también las almas de los que fueron decapitados por el testimonio de Jesús y la Palabra de Dios, y a todos los que no adoraron a la Bestia ni a su imagen, y no aceptaron la marca en su frente o en su mano; revivieron y reinaron con Cristo mil años. Los demás muertos no revivieron hasta que se acabaron los mil años. Es la primera resurrección. Dichoso y santo el que participa en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene poder sobre éstos, sino que serán Sacerdotes de Dios y de Cristo y reinarán con él mil años. (20,4-6) La Bestia de quien se habla es nuevamente el Imperio Romano, que exigía el culto a la diosa Roma y al dios César. Los cristianos al no tener más que un Dios verdadero, se rehusaban a este culto, y por ello fueron perseguidos y martirizados. Todos ellos al morir siendo fieles a Jesús, culminan sentados en tronos, según la visión de Juan. Esta es la primera resurrección, y bienaventurado sea quien participa de ella por tres razones: (1) no sufrirán la segunda muerte, es decir, la muerte eterna; (2) serán sacerdotes de Dios; y (3) reinarán con Cristo por mil años. El resto de los que han muerto no revivieron hasta terminar estos mil años. Este pasaje del Apocalipsis tiene fuerte relación con Ezequiel, cuyo capítulo 37 habla de la “resurrección simbólica” de los huesos secos. Al respecto de los mil años, existen diferentes opiniones. San Agustín por ejemplo, opinaba que los mil años comienzan con la resurrección de Cristo, por lo que la primera resurrección designaría el bautismo. También existen interpretaciones milenaristas literales. El milenarismo puede dividirse en estricto y mitigado. Milenarismo estricto es el que admite un reinado triunfal de Cristo durante mil años, antes del juicio final. En este reinado estarían incluidos los cristianos que lograron la “primera resurrección”. Este tipo de milenarismo es declarado por nuestra iglesia como doctrina temeraria (es decir, no apoyada en datos reales) y errónea. El milenarismo mitigado por su parte, opina que Cristo, antes del juicio final, previo o no la resurrección de muchos justos, ha de venir visiblemente para reinar en la tierra. La Congregación de la Doctrina de la Fe ha declarado que el milenarismo mitigado no puede enseñarse con seguridad. Sea como fuere, el hecho es que el que rechaza el culto a cualquier imperio terreno (llámese poder, hedonismo, o materialismo) por preferir al Reino de Cristo, será bienaventurado porque habrá de resucitar y permanecer con Cristo para siempre. Sexta Bienaventuranza Mira, vengo pronto. Dichoso el que guarde las palabras proféticas de este libro. (22,7) La Jerusalén Futura, cuarta y última parte del Libro de La Revelación, enmarca como contexto amplio esta bienaventuranza. El versículo sexto explica: «Estas palabras son ciertas y verdaderas; el Señor Dios, que inspira a los profetas, ha enviado a su Ángel para manifestar a sus siervos lo que ha de suceder pronto.» (22,6) Se entabla un diálogo final entre el Ángel (o quizás Jesús) y Juan, el receptor de la visión. En este diálogo se comentan las visiones que se han registrado en el libro y el uso que de ellas ha de hacerse. Muy similar en su sentido a la primera bienaventuranza del Apocalipsis, que sirvió como apertura al mensaje, esta otra prepara el final del libro, dejando claro el sentido de gozo para el que guarde lo que se ha escrito. Recordando mi opinión al respecto de la primera bienaventuranza, en este caso final, si el libro del Apocalipsis tratara de desastres, no terminaría el autor expresando una bienaventuranza para el que guarde estas profecías, sino que por el contrario, más bien expresaría un lamento por su destino, recordando como ejemplo de este caso en la lamentación de Jesús sobre Jerusalén (Lc 19,41-44) al anticipar su destrucción que ocurriría en el año 70. Séptima Bienaventuranza Dichosos los que laven sus vestiduras, así podrán disponer del árbol de la Vida, y entrarán por las puertas en la Ciudad. (22,14) El capítulo 22, último del Apocalipsis, describe la nueva Creación: Luego me mostró el río de agua de Vida, brillante como el cristal, que brotaba del trono de Dios y del Cordero. En medio de la plaza, a una y otra margen del río, hay árboles de Vida, que dan su fruto doce veces, una vez cada mes y sus hojas sirven de medicina para los gentiles. Y no habrá ya maldición alguna. (22,1-3a) En una palabra, el Cielo, donde habrá una vida sin término. El definitivo y perfecto reino de Dios. Y de este reino podrán ser parte aquellos que hayan lavado sus vestiduras, que se hayan purificado de sus pecados, como expresa la bienaventuranza. Resulta impactante la dureza del versículo siguiente a esta bienaventuranza: « ¡Fuera los perros, los hechiceros, los impuros, los asesinos, los idólatras, y todo el que ame y practique la mentira! » (22,15) Me llama la atención el hecho de que los que participen del reino podrán disponer del árbol de la Vida, de aquél mismo árbol que Yahvé quiso preservar intacto en el Génesis, tras la caída de nuestros primeros padres. Nos narra la tradición yahvista en el libro del Génesis, que en medio del jardín del Edén Dios había sembrado dos árboles especiales: el árbol de la Vida, y el árbol de la Ciencia del Bien y del Mal. Yahvé prohibió a Adán y Eva comer del fruto del árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, pero ambos lo hicieron, y habiéndolos expulsado del jardín del Edén, puso Dios la llama de una espada vibrante, para guardar el camino del árbol de la vida (Gn 3,24c) porque cuidado, no alargue (el hombre) su mano y tome también del árbol de la vida y comiendo de él viva para siempre. (Gn 3,22b) El árbol de la vida es simplemente el símbolo de la vida eterna, pero me llama la atención la bella manera en que el mismo símbolo es usado como hilo conductor que corre de principio a fin, cuando el hombre cae (en el Génesis) y cuando el hombre entra al reino de Dios (en el Apocalipsis). El árbol de la vida (eterna) que quedó privado para el hombre al principio de la historia de la Salvación, queda accesible nuevamente para él, al culminarse esta historia. Conclusión Tras este recorrido “exegético” (o sobrevuelo, diría yo) por las siete bienaventuranzas que expresa el Apocalipsis, sólo hay que dar el siguiente paso, que para la fe del cristiano tiene mayor relevancia: la meditación de cada una de las bienaventuranzas, a fin de hacerlas actuales y participar de ellas. Después de meditar sobre las bienaventuranzas del Apocalipsis, no me queda más que repetir junto con su autor: Dice el que da testimonio de todo esto: «Sí, vengo pronto. » ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús! Que la gracia del Señor Jesús sea con todos. ¡Amén! (22,20-21) © Mauricio Israel Pérez López Referencias bibliográficas EDICION ESPAÑOLA DE LA BIBLIA DE JERUSALEN. Desclée de Brouwer, Bilbao, 1998. Prévost, J., PARA LEER EL APOCALIPSIS, 2ª edición. Verbo Divino. Navarra, 1998. Carrillo, S., EL APOCALIPSIS, 2ª edición. Instituto de Pastoral Bíblica, México, 1998. ================== Escrito para “Revista de Apologética”, Roma, 2002. (c) 2002-2011 Seminans Media and Faith Formation. 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