La discreción nos permite vivir una cuaresma en intimidad con Dios
El tiempo de cuaresma debe ser un tiempo de recogimiento personal en el desierto. Cuarenta días para emular a Cristo que se preparó en la soledad para su ministerio. Es en el vacío del desierto que se logra la intimidad con Dios. Su silencio favorece el recogimiento. La escasez de alimento nos hace sentir hambre de la Palabra. Su ardiente calor en el día nos provoca una sed de Dios. Sus noches estrelladas nos inspiran a elevar una oración. No es de extrañarse que Jesús haya escogido el desierto para prepararse. Jesús pasó en el desierto 40 días porque el 40 es el número que representa el “tiempo suficiente”. Cuarenta días y 40 noches de diluvio fueron suficientes para renovar la creación. Cuarenta años en el desierto fueron suficientes para formar la nación con que Dios establecería su Alianza. Cuarenta semanas son suficientes para que un bebé sea gestado en el seno de su madre. Cuarenta días de cuaresma deben ser suficientes para prepararnos para vivir el sagrado misterio de la Pasión, muerte y Resurrección en Semana Santa. Una cuaresma eficaz Para que este tiempo fuerte resulte eficaz, es necesaria la intimidad con Dios. Y como toda intimidad, esta exige suma discreción. En la cuaresma, quien alardea, pierde. Quien vive su penitencia en silencio, gana y gana mucho. Jesús mismo dijo a sus discípulos: “Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar … para ser vistos de los hombres. … Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan. … Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.” (Mateo 6,5.16-18) Tan importantes son estas palabras, que nuestra cuaresma arranca con esta lectura en el evangelio de la misa del Miércoles de Ceniza, marcando la pauta a seguir a lo largo de este tiempo fuerte encaminado a nuestra conversión. Sin embargo, a muchos les gusta hacerse notar en cuaresma. Quieren que todos vean su cruz de ceniza en la frente. Incluso se toman una fotografía y la publican en las redes sociales para que todos vean y les aplaudan. O van preguntando a todos, “¿Cuál es tu sacrificio esta cuaresma? ¿A qué estás renunciando?”, entrometiéndose en la vida espiritual de los demás y buscando en respuesta la pregunta, “¿Y tú?” para poder responder “Yo estoy renunciando al chocolate”, o al café o a los dulces o a las galletas, ¡que todos se enteren! La auténtica conversión ¿Será que en verdad renunciar a las golosinas te hace mejor cristiano? Siendo honesto, ¿cuántas cuaresmas has renunciado a ellas y en qué te has vuelto mejor hijo de Dios por dejar de comerlas? Tal vez esa penitencia sea buena para un niño. Pero un adulto en su fe, debería renunciar a cosas más importantes que realmente exigen una conversión: renunciar a los chismes, renunciar a criticar a los demás, renunciar a la impaciencia, renunciar a enojarse por todo, renunciar a indignarse de todo, renunciar a pelearse con todos, renunciar a no perdonar a nadie, renunciar al egoísmo que no quiere compartir, renunciar a la envidia que hace sufrir cuando alguien más goza de algún bien, renunciar a la gula que te ha conducido a ese sobrepeso. ¿A qué debes renunciar para lograr una auténtica conversión? Nadie sabe mejor que tú. Conoces tu falla dominante. Para tener éxito esta cuaresma, enfócate en solo un mal hábito al que debes renunciar. ¡Solo uno! Y penetra en el desierto. Cristo te espera. ¡Apasiónate por nuestra fe!
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