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el blog de mauricio i. pérez

El Mal Nunca Tiene la Última Palabra

3/6/2025

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El mal nunca tiene la última palabra. Léelo bien: el mal nunca, nunca tiene la última palabra. La última palabra la tiene Dios, y su última palabra será siempre una palabra de amor y de bendición.

Tuve la oportunidad de reunirme con un grupo de personas que, a lo largo del tránsito por nuestras vidas, tuvimos que enfrentar juntos una de las situaciones más difíciles de nuestra vida. Tuvimos que enfrentar juntos un problema que nos afectaba a cada uno de una manera personal y directa, y que nos afectaba grande, grande, grandemente, que ponía en riesgo grandes cosas importantes de nuestras vidas. Al vivirlas juntos, nos unió... y vaya que sufrimos.

Déjame decirte que vaya que sufrimos. Lo que fue casi un año de una problemática verdaderamente mayúscula. Una problemática que nos afectaba no solamente a nosotros directamente, sino también —literalmente— a cientos de personas a nuestro alrededor. Un problema que en su momento incluso fue ampliamente documentado por uno de los periódicos más respetables de EE. UU.

No es necesario que te dé los detalles, pero basta con que te diga —y te asegure— que ha sido una de las pruebas más difíciles en toda mi vida. Lo mismo que para estas otras personas. Y vaya que sufrimos en su momento.
Vaya que el haber vivido esto juntos nos permitió ir sobrellevando la situación, eventualmente salir a flote. Ahora que nos reunimos, recordamos todo por lo que habíamos pasado cada uno, ¡y nos moríamos de risa! Nos moríamos de risa, y nos moríamos de risa de cosas que en su momento a algunos los hicieron llorar; incluso a otros les robaron el sueño por noches y noches; a otros nos llenaron de angustia.

Les decía yo: “¡Qué bonito es que en la vida podamos, con el paso del tiempo, reírnos de nuestros problemas por fuertes que éstos hayan sido!” Esto sirvió como un pequeño momento de reflexión en el que todos recapacitaron sobre esta realidad y estuvieron de acuerdo conmigo.

Eso me llevó a pensar en esta convicción que tengo —porque así es—: el mal nunca tendrá la última palabra. La última palabra la tiene Dios. De toda esa problemática que enfrentamos, quedó una de las amistades más hermosas. Por un grupo de personas que se pueden vivir y que, con el paso de los años, la amistad perdura, y los momentos de reencuentro son verdaderamente una bendición y una delicia.

Déjame decirte: por supuesto que a nadie le gusta enfrentar problemas. Y cuando uno los está enfrentando, no le gusta tener que enfrentarlos. Pero pues así es el caminar de la vida. Y la gran bendición que tenemos los hijos de Dios es que los problemas de la vida podemos hacerlos una cruz con la cual seguir a Jesús para así llegar al cielo.
“El que quiera venir en pos de mí,” dijo Jesús, “que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y que me siga.” Que le dé sentido a su cruz, cargándola detrás de mí, que también llevo la mía.

Ni siquiera Jesús se salvó de la cruz. Sin embargo, aunque Jesús fue crucificado, el mal no tuvo la última palabra. La última palabra la tuvo Dios, y fue una palabra de amor y de bendición. Y Jesús resucitó al tercer día, y después subió a los cielos.
La historia de tu vida no termina hoy. La historia de tu vida no termina hoy.

Y es un hecho que en la vida los grandes momentos son sucedidos por momentos muy difíciles. Pero también es un hecho que los momentos muy difíciles son sucedidos por momentos de gran alegría.
Así es la vida. Nadie se puede escapar de los problemas. Y la realidad es que si no hubiera problemas que enfrentar —de cualquier tipo—, qué aburrida sería la vida.

Si no hubiera problemas que enfrentar, ¿qué sería de nosotros? ¿Cómo creceríamos? ¿Cómo nos haríamos más fuertes? ¿Cómo nos haríamos más valientes? ¿Cómo nos haríamos más comprensivos con los demás? ¿Cómo nos haríamos más solidarios?

¿Cómo podríamos —si no enfrentamos problemas y si el que está a nuestro lado no enfrentara ningún problema— de dónde, entonces, sacamos nosotros oportunidades para ser buenos, para ser caritativos, para ser solidarios, para aprender a dar la mano, para dar de comer, para dar de beber, para dar vestido, para visitar, para perdonar?

Son esos problemas los que nos hacen ser mejores personas. Son esos problemas los que nos hacen también ser mejores hijos de Dios... si sabemos seguir a Jesús con nuestra cruz.

En la historia de la humanidad no habría héroes si no hubiera problemas. Los seres se convierten en héroes precisamente enfrentando los mayores problemas —en todos los ámbitos—. Y el religioso no es la excepción.
San Maximiliano Kolbe no hubiera llegado a ser mártir ni a ser uno de los santos más representativos del siglo XX si no hubiera sido enviado al campo de concentración. Si los nazis no hubieran cogido al azar a un grupo de personas para mandarlas a morir de hambre, y uno de ellos no hubiera caído de rodillas, suplicándoles:

—¡Por favor, a mí no! Porque un día quiero salir de aquí para volver con mi esposa y con mi hijo...

Entonces, Maximiliano Kolbe dio su vida a cambio. Y fue a morir en una celda de hambre, con otras personas, a las que él consolaba, a las que él apoyó espiritualmente, a quienes hacía incluso cantar Ave Marías... ya muriéndose, agonizando.
Y qué terrible, de no ser para Maximiliano Kolbe, tener que vivir en un campo de concentración, viendo a tantas personas sufrir y sufriendo él mismo del maltrato, del abuso, de las golpizas que le propinaron los nazis por ser sacerdote. Pero eventualmente, enfrentando el problema, dando su vida por uno que tenía un problema mayor —tenía una esposa y un hijo con los cuales quería volver un día—...

Y Maximiliano Kolbe muere. Y no de hambre, porque no se moría. Ni siquiera se pudo morir de hambre, hasta que se hartaron los nazis y le inyectaron ácido carbólico para matarlo. Y de ahí se fue al cielo, convirtiéndose en un punto de referencia para seguir a Jesús del lado de María, a quien él amaba profundamente. Gracias a lo que tuvo que enfrentar en el campo de concentración.

Pero fue así que Dios tuvo la última palabra, haciéndolo uno de los más grandes santos del siglo XX.

Aun la mayor de las enfermedades, que acaba con la vida de alguien, no tiene la última palabra. Nadie va a salir vivo de este mundo. Es una realidad: todos vamos a morir de algo. De lo que sea, pero vamos a morir.

Para muchos, es una enfermedad que parece no tener remedio y que, bueno, médicamente no tiene remedio, y acabará con la vida. Para otros será un accidente. Para otros, será una causa desconocida.

Pero por terrible que sea un accidente, y por terrible que sea una enfermedad, no tendrán la última palabra. La última palabra la tendrá Dios. Y será una palabra de amor y de bendición.

Porque después de la muerte vendrá la vida eterna, en presencia de su Hijo, al lado de su Madre, en la gloria de Dios por los siglos de los siglos.

Si enfrentas un problema, tiene que quedarte esto claro:

Ningún mal —léelo bien— ningún mal tendrá la última palabra jamás.

​La última palabra la tiene Dios, y su última palabra es siempre una palabra de amor y de bendición.

¡Apasiónate por nuestra fe!

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© 2025 Mauricio I. Pérez. Todos los derechos reservados.
Prohibida la reproducción total o parcial de este contenido sin autorización expresa del autor.​

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El Secreto de Confesión Bajo Amenaza: Una Ley en Washington Desata Reacción Legal de los Obispos

30/5/2025

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Durante más de 2,000 años, la Iglesia Católica ha defendido con firmeza que todo lo que se dice en el sacramento de la confesión debe permanecer en secreto absoluto. Este principio, conocido como sigilo sacramental, ha sido custodiado a tal grado que muchos sacerdotes a lo largo de la historia han sido encarcelados, torturados e incluso martirizados por negarse a revelarlo.

El Código Canónico y la Seriedad del Sigilo Sacramental
El Código de Derecho Canónico, en su canon 983 §1, establece que el sigilo sacramental es inviolable. El confesor tiene terminantemente prohibido revelar al penitente, ya sea por palabras o cualquier otro medio, y bajo ninguna circunstancia.

El canon 1386 §1 añade que, si un sacerdote viola directamente este sigilo, incurre en excomunión automática, una sanción tan grave que solo puede ser levantada por el Papa.

La Nueva Ley de Washington: ¿Una Amenaza a la Libertad Religiosa?
El pasado 2 de mayo, el gobernador demócrata del estado de Washington, Robert Ferguson, firmó la iniciativa de ley del Senado 5375, que exige a los sacerdotes reportar cualquier caso de abuso o negligencia infantil, incluso si dicha información fue obtenida durante la confesión.

La ley no contempla excepciones para el sigilo sacramental, lo que ha generado un fuerte conflicto entre la Iglesia y el estado. Cualquier sacerdote que se niegue a violar el secreto de confesión podría enfrentar hasta 364 días de cárcel, una multa de $5,000 y sanciones civiles.

Respuesta de la Iglesia y del Gobierno Federal
La ley ha sido impugnada en una demanda federal el 29 de mayo bajo el nombre Etienne vs. Ferguson, interpuesta por los obispos del estado de Washington, encabezados por Mons. Paul Etienne, arzobispo de Seattle; Mons. Thomas Daly, obispo de Spokane; y Mons. Joseph Tyson, obispo de Yakima. También participaron los obispos auxiliares de Seattle, Eusebio Elizondo, y Franklin Schuster.

Nuestros pastores afirman que esta legislación no busca proteger a los niños, sino criminalizar a los sacerdotes por seguir una práctica milenaria de nuestra fe.El presidente de Becket, Mark Rienzi, declaró:

“Es difícil imaginar un ataque más descarado contra la fe que los funcionarios del Estado tratando de controlar el sacramento de la confesión.”

La División de Derechos Civiles del Departamento de Justicia también reaccionó rápidamente, anunciando una investigación sobre si esta ley viola la Primera Enmienda de la Constitución, que garantiza la libertad religiosa. El gobierno federal ha calificado esta medida como anticatólica y discriminatoria, al no ofrecer el mismo nivel de confidencialidad que sí se respeta a abogados, médicos o cónyuges.

Una Ley Difícil de Aplicar
Más allá de su legalidad, la ley plantea problemas prácticos evidentes. En la confesión tradicional, los penitentes no revelan su identidad, y el sacerdote, que los escucha detrás de una rejilla, normalmente no ve ni sabe quién es la persona. Esto hace casi imposible vincular una confesión con una identidad específica.

La Iglesia Católica en Washington: Comprometida con la Protección de MenoresEs importante subrayar que la Iglesia Católica en Washington ha implementado durante años protocolos estrictos para prevenir el abuso. Todo el personal —incluyendo sacerdotes, maestros, catequistas y voluntarios— debe:
  • Pasar verificaciones de antecedentes.
  • Tomar cursos de prevención y reporte de abuso.
  • Renovar sus certificaciones periódicamente.

Además, los sacerdotes están obligados a reportar sospechas de abuso a las autoridades, conforme a las políticas diocesanas vigentes.

¿Y Ahora Qué?
La Iglesia ya ha asegurado a sus fieles que los sacerdotes continuarán respetando el sigilo sacramental, incluso si eso les lleva a prisión. Esta decisión reafirma el compromiso de la Iglesia con su doctrina y su historia.
El caso Etienne vs. Ferguson podría convertirse en uno de los más relevantes de los últimos años en la relación entre ley civil y libertad religiosa en Estados Unidos. El juicio se espera para este verano.

Reflexión Final
Esta situación nos llama a la oración y a la acción. Recemos para que prevalezca el derecho constitucional a la libertad de culto, y para que nuestras comunidades sigan siendo espacios seguros tanto espiritual como humanamente.

¡Apasiónate por Nuestra Fe!

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© 2025 Mauricio I. Pérez. Todos los derechos reservados.
Prohibida la reproducción total o parcial de este contenido sin autorización expresa del autor.
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Navidad, Jubileo, ¡Esperanza!

24/12/2024

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He compuesto este poema de Navidad con motivo del Jubileo de la Esperanza:
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Caminando con Jesús del gozo al drama en la liturgia del Domingo de Ramos

23/3/2024

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Los elementos litúrgicos que hacen de esta celebración litúrgica una misa única y de las más intensas que celebra la Iglesia Católica año con año.

Después de haber preparado nuestros corazones desde el principio de la Cuaresma con nuestra penitencia y nuestras obras de caridad, hoy nos reunimos para iniciar, unidos con toda la Iglesia, la celebración anual del Misterio Pascual, es decir, de la pasión y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, misterios que empezaron con su entrada en Jerusalén, su ciudad.

El nombre litúrgico de este día es Domingo de Ramos en la Pasión del Señor. Mediante la anámnesis y la mímesis propias de la Sagrada Liturgia, recordamos y revivimos la entrada de Cristo, el Señor, en Jerusalén para consumar su Misterio pascual. La anamnesis consiste en recordar un evento que ocurrió en el pasado con el propósito de traerlo al presente. La mímesis consiste en imitar los gestos de un acontecimiento pasado para revivirlos aquí y ahora. De esta forma, este memorial litúrgico nos mete de lleno en el gozo de la entrada triunfal de Jesús en la Ciudad Santa, sobre todo cuando la celebración litúrgica da inicio con la procesión (el Misal permite dos formas de entrada adicionales: la entrada solemne, sin procesión, dentro de la iglesia; y la entrada simple en que la Misa inicia, prácticamente, como de costumbre).

La anámnesis de la Entrada a Jerusalén la realizamos escuchando la lectura del Evangelio, que nos narra este épico episodio de la vida de Jesús. En el Ciclo A, escuchamos el relato que hace Mateo (21,1-11), en el que Jesús indica a dos de sus discípulos ir al pueblo ubicado frente a Betfagé y tomar prestados una burra y un burrito.

En el Ciclo B, podemos escuchar el recuento de Marcos (11,1-10), que habla solo de un burro y agrega que algunos en ese pueblo cuestionaron a los dos apóstoles por tomarlo. También podemos escuchar lo que dice Juan (12,12-16), en cuya versión Jesús se encuentra Él mismo con un burro y sin más, lo monta para cumplir las Escrituras. A diferencia de los otros evangelistas, Juan no detalla el hecho de que el burro fue cubierto con mantos, lo cual es un gesto reservado para una montura real.

En el Ciclo C, escuchamos a Lucas (19,28-40) contar una versión muy similar a Mateo y Marcos, especificando que fueron los dueños del burro quienes cuestionaron a los dos apóstoles que lo tomaron prestado.

Los cuatro evangelistas son consistentes en señalar que Jesús era aclamado al entrar a Jerusalén, ya con hosannas, ya con bendiciones al Rey de Israel. Lucas agrega que los fariseos reprocharon a Jesús ordenándole que reprendiera a sus discípulos, a lo que Jesús replica asegurándoles que “si ellos callan, hablarán las piedras”.

La mímesis se realiza con la procesión de la asamblea hacia el interior de la iglesia, cada quien llevando ramas de olivo u hojas de palmera, que son asperjadas con agua bendita al inicio y entonando cantos de aclamación a Cristo Rey. Tal como sucedió en Jerusalén aquel glorioso día, cada uno de nosotros siente en sus manos los ramos y palmas, avanza entre la gente y canta aclamando al Señor, reviviendo y actualizando ese glorioso momento.
Un momento de gran gozo para Cristo, sus apóstoles, sus discípulos y para nosotros, su Iglesia. Un gozo que en breve, habrá de transformarse en drama en la misma celebración litúrgica cuando se proclame el Evangelio, que se distingue de los evangelios del resto de las misas del año litúrgico de formas especiales:
  • No se llevan cirios ni incienso al ambón.
  • No se hace al principio el saludo habitual “Que el Señor esté con ustedes… Proclamación del Santo Evangelio…”.
  • Puede ser leído por tres lectores, siempre dejando al sacerdote las palabras de Cristo, o por tres diáconos.
  • Tomado de Mt, Mc o Lc según el ciclo correspondiente, es el Evangelio más largo de todas las misas del año (solo compite en extensión con la Pasión según San Juan, pero esta se proclama en la Liturgia de la Pasión del Señor en Viernes Santo y esa no es Misa).
  • Al momento de escuchar que Jesús muere en la cruz, todos nos ponemos de rodillas en silencio un momento.

​Un Evangelio dramático que nos confronta año con año con la injusticia de los juicios contra Jesús, la tortura de su flagelación, el tormento de su camino al Calvario y el martirio de su muerte en la cruz. Un Evangelio que conmueve hasta al más insensible y que deja a muchos con un nudo en la garganta. El drama de la Pasión se desdobla, paso a paso, ante nosotros. Nuestra imaginación nos mete de lleno ante el Sanedrín, en el palacio de Herodes y el pretorio de Pilato, a orillas del camino al calvario y al pie de la Cruz. Un Evangelio que nos deja mudos y que por esa razón, por única vez en el año, el Misal permite que en vez de homilía se guarde silencio si el celebrante así lo prefiere.

Pero ¿qué provoca ese nudo en nuestra garganta? ¿Qué es lo que nos deja mudos cada año? ¿El horror de la pasión de Cristo o la vergüenza de saber que aunque ha muerto por nosotros, no le hemos sabido responder con fidelidad? ¿El dolor por verlo sufrir por nosotros o el reconocer que no somos merecedores de semejante sufrimiento?
​
La Cuaresma aún no ha terminado. El Domingo de Ramos en la Pasión del Señor es, de hecho, el  Domingo VI de Cuaresma. Pero con esta celebración inicia nuestra Semana Santa. Para este momento nos hemos preparado a lo largo de la Cuaresma rezando de forma más intensa, cultivando nuestra generosidad y esforzándonos por guardar el ayuno. Esta semana, Cristo habrá de instituir la Eucaristía y el sacerdocio el Jueves Santo, morirá por nuestra salvación el Viernes Santo, de su sepultura descenderá a los infiernos el Sábado Santo y resucitará con toda su gloria el Domingo de Pascua. El misterio de redención está por consumarse y Cristo nos invita a ser testigos de su infinito amor, viviendo a su lado estos sagrados misterios.

¡Apasiónate por nuestra fe!

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¿Cómo surgió la celebración litúrgica de la Semana Santa?

22/3/2024

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Adentrados ya en la segunda década del siglo XXI, nos hemos acostumbrado a la forma de celebrar el Triduo Pascual: la Misa Vespertina en la Cena del Señor el Jueves Santo, la Liturgia de las Horas, y la celebración de la Liturgia de la Pasión del Señor el Viernes Santo, la Liturgia de las Horas el Sábado Santo por la mañana y la gran celebración de la Vigilia Pascual en la Noche Santa, además de devociones locales en distintos países, como el rezo del Santo Viacrucis el Viernes Santo.

Para muchos de nosotros, esta es la única forma que conocemos de celebrar el Triduo en el rito romano. Y es que así se ha celebrado desde 1956, hace ya 68 años. Fue en la Pascua de ese año que entró en vigor el nuevo Ordinario de la Semana Santa instituido por el Papa Pío XII a finales del año anterior. Fue, por cierto, este cambio, el que marcó de forma decidida la reforma litúrgica que desembocaría en la promulgación de la primera de las cuatro constituciones del Concilio Vaticano II, la Sacrosanctum Concilium sobre la Sagrada Liturgia, el 4 de diciembre de 1963.

Antes de esta reforma, las celebraciones del Triduo Pascual a las que asistían nuestros padres y abuelos — llamadas entonces “oficios”— se  celebraban por la mañana, incluso la Vigilia Pascual. Un cambio notorio tras esta reforma de 1956 es celebrar los ritos de forma preferible a las mismas horas que tuvieron lugar los misterios correspondientes: la Última Cena el jueves por la tarde, la muerte del Señor el viernes a las 3 y la Resurrección a la medianoche entre el sábado y el domingo. 

Celebrar la Vigilia Pascual de la Noche Santa tras ponerse el sol por completo la noche de sábado — siendo domingo ya, litúrgicamente — fue uno de los cambios más importantes de la reforma introducida por Pío XII. Otros cambios significativos fueron la integración a la Misa Vespertina en la Cena del Señor el rito del lavatorio de los pies. El sábado dejó de ser “de Gloria” para llamarse ahora “Sábado Santo en la Sepultura” y el “Santo Triduo” pasó a ser el “Triduo Pascual”. Ahora se recomienda que en todas las iglesias se celebre la Liturgia de las Horas junto con el pueblo a lo largo del Triduo. Un cambio reciente, prescrito por el Papa Francisco en 2016, permite que en el lavatorio se puedan también lavar los pies a mujeres.

Pero, ¿cómo inició todo? ¿De qué forma comenzaron a celebrar los primeros cristianos la pasión, muerte y resurrección del Señor?

El origen de la Vigilia Pascual

Comencemos con la Vigilia Pascual en la Noche Santa, que es el punto culminante de toda la Semana Santa. La Pascua judía es una festividad anual, que siempre se celebra el día 14 del mes de Nisán, en el primer plenilunio del equinoccio de primavera. En aquellos tiempos, la Pascua judía estaba necesariamente localizada en Jerusalén, pero la Pascua cristiana no estaba vinculada a esa única fecha ni a ese único lugar. Para empezar, los cristianos primitivos celebraban los misterios pascuales del Señor cada semana, los domingos. Esta celebración estaba conectada con la Última Cena, memorial de la pasión y resurrección del Señor, con miras a su glorioso regreso.

Una vez al año, la Iglesia comenzó a celebrar la Pascua con la Vigilia, en la que se participaba previa preparación por medio del ayuno, que en su forma y duración variaba de una región a otra. En varias Iglesias, se adoptó un ayuno de 40 días (Cuaresma), emulando el ayuno de Jesús los 40 días que pasó en el desierto tras ser bautizado por Juan. Este largo ayuno se suspendía los sábados y domingos. Había comunidades en las que el ayuno pascual comenzaba seis días antes del domingo de Pascua, dando inicio a la "Gran Semana de la Pasión". El ayuno era obligatorio a partir del Viernes Santo y durante todo el sábado, hasta la Vigilia Pascual inclusive.

Siendo una Vigilia, se celebraba por la noche, iluminada por la luna llena y por lámparas y velas. “En esta noche… las tinieblas de la noche son vencidas por la luz de la devoción”, predicaba en su homilía Cromacio de Aquilea en el año 407). San Agustín la llamaba "la madre de todas las vigilias" (Sermón 219). Las homilías de esos tiempos suelen hacer referencia a las lámparas encendidas, citando aquel versículo del salmo que a la fecha resuena en la Vigilia al entonarse el Pregón Pascual: "Y la noche será luminosa como el día" (Sal 138,12). Es probable que la iluminación de las lámparas estuviera acompañada de un rito, que luego se consolidó en una verdadera liturgia del lucernario, con la bendición del fuego nuevo. Hacia finales del siglo IV, en Occidente se generalizó la costumbre de encender un gran cirio pascual, acompañado por un pregón pascual, en conexión con la pila bautismal. El mayor ejemplo es el Exsultet, atribuido a San Ambrosio, cantado por un diácono, y que Agustín relata con emoción, en La ciudad de Dios, la vez que le tocó a él cantarlo “al lado del cirio pascual”.

La celebración podía ser introducida por un prefacio pascual. La Vigilia Pascual incluía lecturas del Antiguo Testamento: la creación (Gn 1), el cordero pascual (Ex 12), la salida de Egipto (Ex 14-15), el sacrificio de Isaac (Gn 22), el cántico de Moisés (Dt 33) y los huesos secos (Ez 37). Del Nuevo Testamento, que “Cristo es nuestra Pascua” (1 Corintios 5,7-8) y una de las perícopas de la Resurrección en el Evangelio. La homilía se predicaba antes de las lecturas, después de ellas o en ambos momentos.

Después de la homilía, se celebraban los bautismos. Tertuliano afirmaba que la Pascua ofrece el día más solemne para el bautismo, porque en ese día se cumplió la pasión del Señor, en la cual somos bautizados. Debido a que el bautismo se administraba por inmersión en una pileta, se impartía principalmente a adultos. Se llevaba a cabo en un edificio adyacente a la iglesia, situado cerca de la entrada: el bautisterio. En la Tradición Apostólica de Hipólito encontramos la descripción más antigua de los ritos bautismales, que disponían que los candidatos se debían bañar el jueves santo, ayunar el viernes y reunirse con el obispo el sábado, orando de rodillas. Pasaban "toda la noche" del sábado en vigilia, escuchando lecturas e instrucciones sobre la vida cristiana. Al canto del gallo, los candidatos eran llevados al bautisterio donde eran sumergidos en la piscina para ser bautizados. Eran revestidos de blanco y, todavía en el bautisterio, se llevaba a cabo con ellos el rito del lavatorio de los pies, acompañado de la lectura de la perícopa correspondiente en el Evangelio según San Juan. Ya como neófitos, pasaban a la iglesia en procesión, uniéndose por primera vez a la asamblea de los demás fieles, que los acogían con alegría. La celebración continuaba con la Eucaristía. 

Con esa Vigilia Pascual comenzaba el tiempo de la santa alegría de los 50 días hasta Pentecostés, considerado "el gran domingo" que se había extendido por siete semanas, y prefigurado en el Antiguo Testamento por la fiesta de las semanas. En otras palabras, el tiempo pascual, que se extiende durante 50 días (siete veces siete días), culmina en Pentecostés, que no es solo el último día, sino el conjunto de los 50 días. 

Toda la Vigilia Pascual tenía una fuerte connotación escatológica, descrita bellamente por San Jerónimo en su comentario a Mt: "Hay una tradición judía según la cual el Mesías vendrá en medio de la noche, a semejanza del tiempo en Egipto, cuando se celebró la Pascua y vino el exterminador y el Señor pasó por encima de las casas, y los dinteles de nuestras frentes fueron consagrados con la sangre del cordero. De aquí deduzco que ha quedado la tradición apostólica de que en la vigilia de Pascua no se despide al pueblo antes de medianoche, esperando la venida de Cristo, y solo después de asegurarse de que ha pasado, todos celebran juntos". 

Fue en la segunda mitad del siglo IV que la celebración pascual comenzó a incluir, además de Vigilia, una Misa en el día domingo, el día de la Resurrección.

La celebración de la Vigilia Pascual nos permite captar la esencia de esta fiesta: un rito de paso en el que se traspasa la frontera entre la muerte y la vida. Los autores antiguos interpretaban el sentido etimológico de la Pascua de distintas formas: ya como “el pasar de largo del ángel exterminador”, ya como “paso del pueblo”, ya como “pasión del Señor”. El hecho es que el sentido de la Pascua cristiana es el sacrificio de Cristo, el cordero pascual definitivo.

La Pascua se comienza a celebrar en tres días

El deseo de profundizar en los eventos de la pasión llevó a la extensión de la celebración litúrgica desdoblándose en un tríptico de tres días: el Triduo Santo del Viernes Santo (la muerte en la Cruz), el Sábado Santo (el reposo de Jesús en el sepulcro y su descenso a los infiernos) y la Vigilia en la noche hasta el domingo de Pascua. Orígenes describe el Triduo como "El primer día es para nosotros el de la pasión del Salvador, el segundo es aquel en que descendió a los infiernos y el tercero es el día de la resurrección".

La liturgia pascual en Jerusalén dio lugar a la representación cronológica de la Pasión, después de que el emperador Constantino exaltara en el siglo IV los lugares de la crucifixión y sepultura de Jesús, erigiendo sobre ellos la magnífica basílica del Santo Sepulcro. Este edificio único comprendía el Martyrium (lugar de la Cruz), el Anastasis (Santo Sepulcro), un atrio y un baptisterio. 

Es así que en Jerusalén nace la procesión de las Palmas el domingo anterior a la Pascua: el pueblo, junto con el obispo, se reunía en el Monte de los Olivos para escuchar el Evangelio que describe la entrada de Jesús en Jerusalén. De ahí, todos en procesión descendían a la ciudad entre himnos y salmos. Las celebraciones de esa semana se centraban en el tema de la Pasión. 

El Jueves Santo — llamado Coena Domini -- conmemoraba la institución de la Eucaristía y se administraba el sacramento de la reconciliación y la consagración de los santos óleos. Fue en el siglo VI que, después de la Misa, comenzó a realizarse el "lavatorio de pies" a doce pobres, por parte del obispo. 

El Viernes Santo se llevaba a cabo un servicio de lecturas, cantos y oraciones. En Jerusalén, se veneraba y besaba una reliquia de la Santa Cruz, rito que pronto se extendió por muchas iglesias de Oriente y Occidente, para lo cual se comenzaron a difundir las reliquias de la Cruz. El Viernes Santo concluía con la "Misa de los presantificados", es decir, con la comunión de las sagradas especies que se habían consagrado el día anterior. 

El Sábado Santo ha sido siempre un día en el cual no se celebra la Eucaristía. Solo después del atardecer comenzaba la gran Vigilia pascual y por el día la Misa en el Domingo de Resurrección.

Conclusión

La Semana Santa es la más importante del año para los católicos. Los últimos días de la Cuaresma, a partir del Domingo de Ramos, nos preparan de forma definitiva para la celebración del Misterio de Redención a lo largo del Triduo Pascual. El Triduo no está formado por tres celebraciones, sino por una sola, desdoblada como un tríptico en tres etapas. De ahí que la Misa Vespertina en la Cena del Señor el Jueves Santo no concluya con una bendición, pues esta se impartirá al concluir la Vigilia Pascual en la Noche Santa.

El Triduo Pascual no es la preparación para la Pascua. Es, más bien, la Pascua misma. Y es que, a fin de cuentas, no puede haber un sepulcro vacío en la Vigilia Pascual sin una Cruz en la Liturgia de la Pasión del Señor, y no puede haber una Cruz sin el Cenáculo en la Misa Vespertina en la Cena del Señor. Para que Cristo resucite en la Vigilia Pascual, debe antes morir el Viernes Santo. Para poder morir por nosotros, debe llevarnos en comunión con Él a la cruz y así, no puede morir en la cruz sin antes instituir la Eucaristía el Jueves Santo. 

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Joseph Strickland: Lo que Hay Detrás de su Destitución como Obispo de Tyler

16/11/2023

 
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​Por Mauricio I. Pérez, Periodista Católico | Joseph Strickland, ex obispo de la diócesis de Tyler en Texas, ha logrado poner a miles de católicos en contra del Papa. Su destitución es lógica y debió suceder antes, pero el Papa Francisco quiso ser paciente.

- El 8 de julio de 2022 compartió un video en su Twitter –y a la fecha, sigue ahí– donde remanentistas insultan al Papa Francisco llamándolo "payaso diabólicamente desorientado" que toma las decisiones “que tomaría Judas Iscariote”.

- El 12 de mayo de 2023 acusó al Papa Francisco de querer "socavar el depósito de la fe".

- El 14 de mayo de 2023 promovió en Twitter las misas celebradas ilícitamente por el grupo cismático de la fraternidad sacerdotal de San Pío X.

- Ha apoyado constantemente a obispos cismáticos como a Carlo Maria Viganò.

- Este 31 de octubre, en Roma, leyó públicamente una carta de un sedevacantista amigo suyo, afirmando que el Papa Francisco "usurpa la Sede de Pedro" y esperando que su auditorio estuviera de acuerdo con dicha carta.

¿Más razones para comprender por qué fue destituido?

Justamente los miles que critican al Papa Francisco y defienden al Obispo Strickland, justificarían con su actitud misma la destitución. Las acciones de Strickland arriba mencionadas, están sancionadas en el Código de Derecho Canónico:

Can. 1373 - Quien suscita públicamente la aversión o el odio contra la Sede Apostólica o el Ordinario, a causa de algún acto del oficio o del cargo eclesiástico, o induce a desobedecerlos, debe ser castigado con entredicho o con otras penas justas.

Aun así, Strickland no ha sido sancionado canónicamente. Se le retiró de su cargo, lo cual es una medida administrativa más que una sanción. Cosa lógica, pues no se puede tener un obispo encabezando una comunidad de fieles, haciéndolo en constante y flagrante desobediencia al Papa y suscitando entre los suyos animadversión y desobediencia al Papa por igual. Tampoco se puede tener a cargo de una diócesis un obispo que no la administra debidamente.

Y es que, sumado a esto, en la reciente visitación apostólica que recibió este junio su diócesis de Tyler, Texas, por parte de la Santa Sede, irregularidades administrativas y fiscales fueron encontradas, además de despidos injustificados de empleados diocesanos. Tras la exhaustiva investigación, que incluyó entrevistas a más de cien empleados diocesanos, los dos prelados a quienes se encomendó la visitación, Mons. Dennis Sullivan, Obispo de Camden, y Mons. Gerald Kicanas, Obispo Emérito de Tucson, extendieron al Santo Padre la recomendación de que la continuación de Joseph Strickland en su oficio como obispo de la diócesis de Tyler, no resultaba factible. En respuesta, el Papa le pidió su renuncia, como es costumbre en estos casos.

-A diferencia de los demás obispos que, en honor a su voto de obediencia, presentan su renuncia cuando les es pedida por el Santo Padre, Joseph Strickland se rehusó contundentemente tras recibir la solicitud el 9 de noviembre.
Esta reacción no dejó otra opción al Papa Francisco sino retirarlo del cargo dos días después.

Y todo esto sin mencionar que durante la pandemia causada por el COVID-19, Strckland motivó a su comunidad a desobedecer la exhortación del papa a recibir la vacuna como un acto de caridad con nuestro prójimo, mientras promovía a la vez teorías conspiranoides.

Joseph Strickland ha acusado al Vaticano y al Papa Francisco, de "atacar lo sagrado" (octubre 31). Muchos de los defensores de Strickland pretenden canonizarlo en vida como mártir de la intolerancia del Vaticano. Sin embargo, Aquellos que atacan la eclesiología y el Magisterio de la Iglesia, difamando falsamente al Sucesor de Pedro, no son mártires, sino cismáticos. La protesta del Obispo Strickland contra el papa y sus enseñanzas, así como contra los obispos fieles en comunión con él, constituye el verdadero ataque a lo sagrado.

​Hace tres años, en octubre de 2020, Strickland había desafiado al Papa Francisco a correrlo. Tres años después, se le cumplió. 

© Mauricio I. Pérez | Periodista Católico

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Judas ¿Traidor o Instrumento de Dios | Audiolibro

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De Judas, todos creen saber que fue el apóstol que vendió a Jesús por 30 monedas, lo entregó con un beso y más tarde se quitó la vida.


¿Quién fue Judas en verdad?


¿Estuvo predestinado para traicionar a su Maestro?


¿Por qué motivo lo traicionó?


¿Por qué le pagaron exactamente 30 monedas?


¿Qué fue del campo que se compró con aquellas monedas?


¿Cómo murió Judas realmente?


¿Fue Judas un traidor o un instrumento de Dios necesario para desencadenar el proceso de la pasión, muerte y resurrección del Señor?


​A través de un minucioso análisis bíblico de los cuatro Evangelios y los Hechos de los Apóstoles, Mauricio I. Pérez lleva al lector a través de un fascinante recorrido, recabando testimonios y reconstruyendo los hechos para comprender el perfil y las motivaciones de uno de los personajes más despreciados en la historia.

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Esta obra también está disponible en edición impresa y Kindle a través de: www.semillasparalavida.org/judas

Vi Pasar a Sn. Juan Pablo II y me Cubrió la Sombra de Sn. Pedro

22/10/2023

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[EL SIGUIENTE ARTÍCULO FUE ESCRITO A PETICIÓN DE LOS PADRES ORATORIANOS DE SAN FELIPE NERI, PARA PUBLICARLO EN POLACO EN POLONIA, CON MOTIVO DEL XLV ANIVERSARIO DEL PONTIFICADO DE SAN JUAN PABLO II]

¡Era enero de 1979. Acababa yo de cumplir 8 años y estudiaba el 2o año de primaria. Por primera vez, el Papa electo unos meses antes, en octubre, hacía un viaje apostólico. Su destino, mi país: México. Viajó para participar en la conferencia de los obispos de América Latina. Hasta ese momento, el mundo no estaba acostumbrado a ver a los papas viajar. Para Juan Pablo II, este viaje sería un parteaguas en su incipiente pontificado. En México descubriría el llamado del Señor a ir por todo el mundo, como mandó a sus Apóstoles antes de ascender al cielo. Con el tiempo, sería reconocido como “el Papa peregrino”.

El día que Juan Pablo II llegó a la Ciudad de México, 26 de enero, todo era expectación y algarabía. Hay que recordar que en ese tiempo no había internet ni redes sociales, por lo que la información y fotos de los papas era escasa, para nada tan cotidiana como lo es hoy. De modo que la forma de conocer al Papa era verlo en televisión o mejor todavía, salir a la calle y verlo pasar.

A todos sorprendió su gesto de humildad y buena voluntad cuando descendió del avión y besó el suelo mexicano. Ese habría de ser su sello personal cada vez que viajara después a cualquier país por vez primera.
Al llegar de la escuela, pude verlo en televisión con mi familia, celebrando la Misa en la Catedral Metropolitana. De ahí, se trasladaría a la nunciatura apostólica y su ruta pasaba a unas cuadras de mi casa. Un autobús de pasajeros fue adaptado. Se le retiró el techo y se colocó un pedestal donde Su Santidad podía ir de pie bendiciendo a toda la gente. Fue esa la primera versión de lo que después sería el papamóvil.

Millones de mexicanos corrimos a las calles para verlo pasar. Mis papás y mis abuelos sacaron bancos de la cocina para que pudiéramos pararnos en ellos dos de mis hermanas menores y yo. Mi hermana menor era una bebé de cinco meses apenas. Nos colocamos en la esquina de nuestra calle. Había muchísima gente alrededor. De pronto, se escuchaban gritos de la gente que se hacían más cercanos. Pasó un policía en su motocicleta y después otros más y de pronto ¡ahí estaba! ¡El Papa Juan Pablo II! Tenía una sonrisa llena de ternura y una mirada penetrante. De pie en su autobús descapotado, sostenido de una barra con la mano izquierda, con la derecha volteaba a un lado y al otro bendiciéndonos.

La gente gritaba con emoción “¡VIVA EL PAPA!, ¡VIVA EL PAPA!”. Yo escuchaba a mi abuelo, que estaba a mi lado, gritar igual que los demás. Yo quería gritar, pero no podía. La emoción me paralizaba y no podía decir nada. Literalmente, Juan Pablo II me dejó mudo. Sentía en mi corazón como si Jesús mismo estuviera pasando frente a mí. Incluso al escribir estas líneas, 44 años después, mi piel se estremece y mis ojos están bañados en lágrimas.

Fue amor a primera vista. El Papa se enamoró de México y los mexicanos de Juan Pablo II. Nos dijo palabras que resonaron: “De mi Patria se suele decir: Polonia Semper fidelis. Yo quiero poder decir también: Mexico Semper fidelis! ¡México siempre fiel!” Además, nos hablaba en el español casi perfecto que aprendió cuando era un joven poeta con tal de disfrutar los poemas de San Juan de la Cruz, reconocido como el mejor poeta de la lengua hispana.

Pudimos verlo una vez más y mi sensación fue la misma. A mis 8 años, esos efímeros encuentros con Juan Pablo II me habían dado la plena convicción de que valía la pena ser católico y vivir como tal. Desde entonces, me he tomado mi fe muy en serio.

Su partida fue triste y a la vez, emocionante. El Papa nos pidió subir a las azoteas y despedirlo con espejos cuando su vuelo despegara. El piloto sobrevoló la ciudad dos veces y al pasar sobre nuestras casas, todos apuntábamos nuestros espejos hacia el avión. Después, partió… Juan Pablo II se quedó en mi corazón de una forma muy especial. Era el inicio de una amistad in pectore que duraría toda la vida.

Los miércoles por la noche, no me perdía en el noticiero el reporte semanal que daba desde el Vaticano la corresponsal mexicana Valentina Alazraki, destacada periodista que llegó a ser entrañable amiga de Juan Pablo II. Fue así que me enteraba de lo que hacía, decía y enseñaba y ya en la preparatoria, comencé a leer sus encíclicas.

La segunda vez que volvió a México, tenía 19 años y estudiaba en la universidad. Era 1990 y estábamos en exámenes finales. Eso no me detuvo para salir a las calles una vez más. Y una vez más, me pasó lo mismo. La gente ahora gritaba “¡JUAN PABLO II TE QUIERE TODO EL MUNDO!”, pero yo no podía. Me quedaba mudo y mi corazón latía a mil por hora. Su dulce mirada al pasar me estremecía hasta lo más profundo. Fue entonces que comprendí el poder de la sombra de San Pedro que refiere Lucas en Los Hechos de los Apóstoles (5,15).

En la universidad, entre clase y clase, escuchaba en una radio de audífonos todos los eventos del Papa. Así escuché el encuentro de Juan Pablo II con los jóvenes, en el que nos dijo, “Lleváis en vuestras manos, como frágil tesoro, la esperanza del futuro… No perdáis la esperanza, sois peregrinos de la esperanza”. Siempre recordé esas palabras y más adelante, cuando en otro encuentro con los jóvenes el Papa nos dijo, “Ustedes son la esperanza de la Iglesia. Ustedes son mi esperanza”, me las tomé a pecho para siempre. Me prometí que no defraudaría yo al Papa. Es así que he dedicado gran parte de mi tiempo, desde mi juventud, al apostolado catequético de adultos.

Dejé de ser niño y joven. Era ya un adulto de 28 años. Poco antes de casarme, en enero de 1999, el Papa regresó a México. Ya se le veía anciano y cansado, pero imparable. Esa vez lo vi por las calles más que nunca, varias veces junto con Lulú, mi prometida. Lo confieso, en más de una ocasión llegué tarde a la oficina porque prefería ir a pararme cerca de la nunciatura para verlo pasar al salir hacia su primer evento del día. Al pasar, la gente le gritaba “¡JUAN PABLO, HERMANO, YA ERES MEXICANO!” En un emotivo evento en el Estado Azteca, donde se han jugado dos inauguraciones y dos finales de la Copa del Mundo, en 1970 y 1986, el Papa nos dijo palabras que nunca olvidamos: “Hoy puedo decir: ¡Tú eres mexicano!”.

La mañana que volvió a Roma, me paré cerca de la nunciatura. Estaba yo rodeado de hombres de saco y corbata, pues de ahí nos iríamos a trabajar. Cuando salió el papamóvil, la única forma de ver al Papa, por última vez, era saltando por encima de la multitud. Pasó algo muy curioso y a la vez muy bonito. Sin pensarlo y sin pedir permiso, comenzamos a saltar apoyándonos en los hombros de los dos que teníamos al lado para llegar más alto. Al caer, los de al lado hacían lo mismo apoyándose en nuestros hombros. Y así, como pistones que subían y bajaban, de saco y corbata todos, saltando y ayudándonos a saltar, pudimos despedirlo.

No fui a la oficina como debía. Preferí correr a mi casa para ver por televisión su despedida en el aeropuerto. Juan Pablo II recordó la letra de una canción y nos dejó a todos con lágrimas en los ojos: “Me voy, pero no me voy. Me voy pero no me ausento, porque de corazón me quedo”.

A unas semanas de casarme, durante ese viaje del Papa tomé la decisión de que mi primer hijo varón se llamaría Juan Pablo, para que un día, cuando Karol Wojtyla fuera al cielo y fuera santo —no tenía yo duda de que lo sería—, mi hijo tuviera un gran patrono que velara por él.

Nos casamos en febrero y en junio nos mudamos a Estados Unidos, donde hemos vivido desde entonces. Tres años después, en 2002, nació en febrero nuestro hijo y su nombre fue Juan Pablo. El Papa anunció entonces que iría a México en junio para canonizar a Juan Diego, a quien se apareció la Virgen de Guadalupe. Su Santidad le guardaba un especial amor pues su tez morena le recordaba a su amada Virgen Negra de Cheztochowa. Decidimos entonces viajar a México y llevar a nuestro pequeño Juan Pablo para que el Papa lo bendijera al pasar por las calles.

Así lo hicimos y me impactó ver que siempre sucedió lo mismo. Nos parábamos en la acera rodeados de miles de personas, bajo el calor del verano, aguardando horas a que pasara el Papa en su papamóvil. Después de tanto tiempo, nuestro bebé estaba desesperado, llorando a todo pulmón por el calor y la incomodidad que le generaba estar rodeado de tanta gente gritando. Cada vez que se acercaba el papamóvil, la gente comenzaba a gritar con más fuerza y nuestro pequeño Juan Pablo lloraba con más desesperación. Pero al pasar el Papa Juan Pablo II frente a nosotros, nuestro bebé entraba en una paz instantánea a pesar de que los gritos de la gente estaban al máximo en ese instante. En cada encuentro con el Papa, nuestro bebé entró en paz luego de llorar desesperado. Sin duda, él mismo sentía la sombra de San Pedro, que lo cubría al pasar por la calle.

Sabía yo que esa sería la última vez que vería al Papa en persona. Él también sabía que era su despedida de México. Fue triste verlo partir en su avión por última vez. Pero más triste fue el día que murió, 2 de abril de 2005. Como millones de personas en el mundo, estuve pegado al televisor más de 24 horas viendo lo que sucedía en la Plaza de San Pedro, hasta que el Cardenal Leonardo Sandri anunció que Juan Pablo II había fallecido. Fue ese el día más triste de toda mi vida.

Me enamoré de Juan Pablo II a los 8 años, a los 19 me hizo decidirme a dedicar mi vida al apostolado, a punto de casarme, renovó mi convicción en mi fe católica y siendo padre, bendijo y dio paz a mi bebé que llevaba su nombre. Mi vida personal, mi vida de fe y mi vida apostólica estuvieron marcadas por las visitas del Papa a México y por sus enseñanzas a lo largo de su pontificado.

Acababa de nacer mi segundo hijo, Marcos Iván en 2006, cuando un sacerdote redentorista me invitó a dirigir con él una peregrinación a Polonia “siguiendo los pasos del papa peregrino”. Fuimos a Cheztochowa y a la basílica de la Divina Misericordia. Disfruté cada instante recorriendo su departamento en Wadowice, imaginando cómo vivía con su padre y su hermano y me senté un largo rato a contemplar el techo de la iglesia donde lo bautizaron, apreciando las pinturas que representan cada una de sus encíclicas. Por supuesto, ¡no me fui de ahí sin probar un delicioso kremówka papiezka! El postre preferido del Papa. Fuimos a Kalwaria Zebrzydowska, como hacía Karol Wojtyła con su padre y también a la catedral de Cracovia, que fuera su catedral como arzobispo.

En ese viaje, Juan Pablo II habría de conducirme hacia otro santo polaco en lo que marcaría para mí un parteaguas en mi apostolado: San Maximiliano Kolbe. El penúltimo día en Polonia pude contemplar la celda en que murió en Auschwitz y sentí algo muy fuerte en mi corazón, sin saber qué era. Al día siguiente, celebramos la misa en la capilla que construyó Maximiliano en Niepokalanow, donde él celebraba misa y fe ahí que sentí el llamado a consagrarme a la Inmaculada Concepción y formar parte de la Milicia de la Inmaculada. Es desde entonces que he ejercido mi apostolado de evangelización a través de la radio, la prensa escrita y la internet, siguiendo el ejemplo de Maximiliano Kolbe.

Esa peregrinación a Polonia culminó en Roma, visitando la tumba original de Juan Pablo II en la cripta de la Basílica de San Pedro. Pudimos visitarla después de celebrar la misa a las 7 de la mañana. Todavía no estaba abierta al público y pude rezar ante ella por largo rato. Nunca olvidaré cómo, ante el sepulcro de Juan Pablo II, sentía en mi interior exactamente lo mismo que sentí cada vez que lo vi pasar por las calles en México.

Al día siguiente, habría de conocer a Benedicto XVI y fue como un cambio de estafeta. Juan Pablo II me había preparado para dedicar el resto de mi vida a un apostolado de evangelización en los medios de comunicación, que iniciaría ahora bajo el pontificado de Benedicto XVI, para ahora continuar con el Papa Francisco.

Mi historia personal con San Juan Pablo II ha sido una historia de amistad entrañable, profundo amor y mucho aprendizaje. Fue Juan Pablo II quien me enseñó a vivir apasionado por nuestra fe.
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Mauricio Pérez es ingeniero en sistemas electrónicos, periodista y escritor. Trabaja en una compañía de tecnología de redes de computadoras y se dedica a la evangelización a través de los medios de comunicación como apostolado. Ha recibido cinco premios nacionales de periodismo católico en Estados Unidos. Nació en México y vive en Estados Unidos desde 1999 con su esposa y sus dos hijos.
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Al rescate de la fe en la presencia de Cristo en la Eucaristía

10/6/2023

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Varias diócesis en Estados Unidos están consolidando o combinando parroquias en grupos de dos, tres y hasta cuatro iglesias parroquiales. La escasez de sacerdotes dificulta abarcar todas las necesidades pastorales. Sumado a esto, las diócesis enfrentan problemas financieros al disminuir las ofrendas y los diezmos, al tiempo que decae la asistencia a la santa Misa. Cerrar iglesias y consolidar parroquias pudiera ayudar a administrar los recursos y a hacer el trabajo pastoral de los sacerdotes más eficiente, pero esta medida en nada ayudará a aumentar la participación de los fieles laicos ni su asistencia a la Misa, no digamos a aumentar el número de vocaciones sacerdotales. ¿Cuál es la raíz de esta situación? Un problema de fe.

En 2019, el Centro de Investigaciones Pew reveló algo alarmante: 7 de cada 10 católicos en Estados Unidos no creen que Jesús está presente en la Eucaristía. Para ellos, el pan y el vino consagrados son meros símbolos de su presencia. A nivel local, esta falta de fe se puede palpar, domingo a domingo, en tantas iglesias que no se llenan durante las celebraciones eucarísticas. Después de la pandemia, la asistencia a la Santa Misa ha disminuido aún más. 

En cada Fracción del Pan, Dios Padre envía al Espíritu Santo a convertir pan y vino en Cuerpo y Sangre de Cristo. Solo para quien tiene esta certeza en su mente y esta convicción en su corazón, la Santa Misa no es una obligación, sino una necesidad vital. Como advierte el Papa Francisco en su reciente carta apostólica Desiderio desideravi, sobre la Formación Litúrgica del Pueblo de Dios, “La fe cristiana, o es un encuentro vivo con Él, o no es” (núm. 10).

Para los pocos que seguimos creyendo, es claro que ese encuentro vivo con Cristo lo tenemos en la Misa, a la que asistimos con cuatro fines: adorar a Dios (fin latréutico), darle gracias (fin eucarístico), pedirle por nuestras necesidades (fin impetratorio) y ofrecerle nuestra vida en sacrificio (fin propiciatorio).

Para los que han dejado de asistir a Misa y aun para los que llegan a estar presentes, aunque pensando que el pan y el vino consagrados son solo eso, pan y vino y nada más, es claro que hace falta en su vida ese encuentro con un Cristo vivo al que no son capaces de percibir.

¿Qué ha provocado esta falta de fe? La proliferación de abusos litúrgicos, celebraciones superficiales, homilías que hablan de todo, menos del Evangelio —que es la Palabra Viva del Logos viviente— han contribuido, sin la menor duda. ¿Quién puede creerse que Cristo está en verdad presente cuando una Misa es celebrada de esa forma? "Los abusos (litúrgicos) «contribuyen a oscurecer la recta fe y la doctrina católica sobre este admirable Sacramento». De esta forma, también se impide que puedan «los fieles revivir de algún modo la experiencia de los dos discípulos de Emaús: Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron» (Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Instrucción Redemptionis Sacramentum núm. 6).

Otro factor ha sido una catequesis sacramental insuficiente. Muchas catequistas no reciben una preparación minuciosa y varias de ellas ayudan como voluntarias solo durante el año que sus hijos se preparan para hacer su Primera Comunión. Es indiscutible además que la formación litúrgica de sacerdotes y laicos es deficiente, lo que ha llevado a caer en abusos litúrgicos y celebraciones superficiales que hacen difícil creerse que Cristo está en verdad ahí. Siempre existe la tentación de caer en una mundanalidad espiritual (Francisco, Evangelii gaudium núms. 93-97). “Necesitamos una seria y vital formación litúrgica. La cuestión fundamental es: ¿cómo recuperar la capacidad de vivir plenamente la acción litúrgica?” (Desiderio desideravi núm. 27).

¿Qué hacer? Tomándose esta situación a pecho, algunos obispos en Estados Unidos proclamaron en sus diócesis en 2020 un Año de la Eucaristía, en un esfuerzo por enfocarse en el Santísimo Sacramento. La pandemia del COVID-19 se interpuso y dificultó la celebración de estos jubileos locales mientras las iglesias tuvieron que ser cerradas. Pero también hubo varios sacerdotes que no se involucraron, impidiendo a sus comunidades parroquiales siquiera saber que estos jubileos se llevaban a cabo.

La conferencia episcopal de Estados Unidos (USCCB, por sus siglas en inglés) se ha tomado a pecho el estudio del centro Pew, emprendiendo el Avivamiento Eucarístico Nacional, un movimiento para restaurar la comprensión y la devoción al gran misterio eucarístico en este país. Tiene tres fases: avivamiento diocesano, que concluye este mes; seguirá un año de avivamiento parroquial hasta julio de 2024; para continuar con un año de misión eucarística hasta Pentecostés de 2025.

En Corpus Christi de 2023, da inicio la fase parroquial de avivamiento. Tiene como fin fomentar la devoción a la Eucaristía a nivel parroquial, fortaleciendo nuestra vida litúrgica mediante la celebración de la Misa, la Adoración Eucarística, misiones, recursos, predicación y movimientos orgánicos del Espíritu Santo. Su éxito depende de la gracia de Dios, pero también del compromiso de obispos, sacerdotes y fieles laicos. Se necesitan misioneros eucarísticos para esta iniciativa. Al igual que yo, tú también puedes ser uno de ellos. Puedes saber más en el sitio www.eucharisticrevival.org

Al celebrar Corpus Christi, la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, no perdamos el asombro por la belleza de la Eucaristía ni el hambre de saciarnos con el Pan del Cielo que contiene en sí todo deleite.

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COMUNIÓN EN LA MANO ¿Qué Opinan los Expertos?

9/7/2020

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Dado que muchas personas siguen olvidando o pretenden negar que los obispos cuentan con la autoridad para prescribir que se comulgue con la mano en estos tiempos de pandemia y hay quienes llegan al extremo de afirmar que dicha práctica es un sacrilegio y hasta una obra del diablo, he compilado para ustedes la opinión de tres sacerdotes reconocidos y muy respetados: un exorcista y dos apologetas. Anexo también mi opinión personal desde un punto de vista escriturístico.

P. José Antonio Fortea

Fr. Nelson Medina, OP

P. Luis Toro

Mauricio I. Pérez


Para saber más sobre Sagrada Liturgia, recomendamos:

A la Mesa del Señor | Comprendiendo la Santa Misa | Video MP4

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Comprendiendo la Santa Misa


En esta conferencia, Mauricio Pérez hace un recorrido detallado por la Santa Misa, explicando cada palabra, postura y oración.


Es la comprensión de cada aspecto de la Santa Misa lo que nos permite participar activamente del Sacrificio Eucarístico del Señor.


Para quienes han escuchado esta conferencia, su participación en la Santa Misa no ha vuelto a ser la misma.


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  1. Recursos para conocer la liturgia
  2. ¿Se puede bautizar un niño sin permiso de sus padres?
  3. Normas para la confirmación
  4. El caso de una confimación inválida
  5. Ayuno y abstinencia
  6. ¿Cómo se fija la fecha de la semana santa?
  7. El rito latino y los ritos orientales
  8. Consejos para sacar provecho a la santa misa
  9. Consejos para preparar las moniciones
  10. Liturgia de la Palabra para niños
  11. El embolismo
  12. Normas litúrgicas para el altar
  13. La Santísima Trinidad en la consagración
  14. La doxología
  15. Cánones que regulan el pan y el vino
  16. ¿Por qué se mezcla agua con el vino consagrado?
  17. La inmixión
  18. La comunión con la mano
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  13. Abusos litúrgicos 3 - Los ministros extraordinarios de la Sagrada Comunión
  14. Abusos litúrgicos 4 - La Comunión
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Cuando Una Maestra Arruina el Día del Padre

21/6/2020

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Se Busca Maestra de Bastoneras

1978, primero de primaria, The British School. Hace 42 años ya. Se avecinaba el Día del Padre y con él, el tradicional Concurso de Declamación del Día del Padre. Lo celebraba la escuela el sábado anterior al festejo. A diferencia del festival del Día de las Madres, que se llevaba a cabo entre semana y en horario de clases, pues en ese entonces, casi ninguna mamá trabajaba, el Concurso de Declamación se hacía en fin de semana. Así, los papás podían asistir.

Miss Irma, nuestra maestra de Español, nos enseñó un poema que después resultaría por demás trillado. Pero para nosotros, a nuestros 6 y 7 años, significaba memorizar dos estrofas de cuatro versos octosílabos cada uno y además, recitar con sentimiento: Cultivo, de José Martí. Todos tuvimos que recitarlo de memoria y la maestra de ahí escogió a unos pocos para participar en el Concurso de Declamación. Fui de los elegidos.

Para presentarse en el certamen, había que pasar por el filtro  final de la coordinadora del paternal concurso. Ese año, se trataba de una maestra muy joven. No sé si era maestra auxiliar, de esas que cubrían a cualquier maestra que faltara por enfermedad. Por las tardes, era la entrenadora de la escuadra de bastoneras. Sí, en ese tiempo, la escuela tenía una escuadra de bastoneras. Ensayaban todo el año para encabezar el Desfile de Primavera que la escuela hacía por cuenta propia surcando las calles de la Colonia Nápoles en la Ciudad de México un día antes de salir de vacaciones de Semana Santa.

El martes antes del poético certamen, la capitana de las bastoneras pasó de salón en salón preguntando por los nominados para presentarse el sábado ante los papás y las mamás que irían como siempre, listas con su Instamatic de bolsillo y una cajita de Magicubos Kodak para preservar para siempre ese momento. Los martes teníamos clase de Educación Física o Natación (al gusto de cada quien). En esos tiempos, no había pants de calentamiento. Era común que los niños vistiéramos todo el día el pantalón corto blanco, con sus vivos en rojo y azul, y la camiseta de algodón que por diseño tenía escrito las palabras Colegio haciendo un arco y Británico de forma horizontal. El trazo me recordaba los transportadores de Geometría. Años después se agregaría el escudo y luego cambiaría el diseño total de la camiseta.

La bastonera en jefa nos subió a todos a la cancha de frontón en la azotea que hacía las veces de patio en los recreos. Nos formó en una fila para ir llamando a cada uno de los nominados y decidir quiénes tenían con qué presentarse el sábado ante los papás. Yo había dejado mi suéter en el salón y la mañana estaba muy fría. Comencé a tiritar. La maestra estaba sentada con una tabla donde sostenía una hoja con la lista de nuestros nombres. Pensé pedir permiso para bajar por mi suéter, pero no lo hice. Era yo muy tímido y más con las maestras que no eran mías.

La prueba comenzó. Pasó el primer niño a recitar su poema. Cuando venía de regreso a la fila, me llevé los puños a la boca y musité en voz baja,

–Brrrrrrrr. ¡Qué frío!

La maestra se levantó al instante y se dejó venir enfurecida. Mirándome a los ojos, gritó,

–¡No se puede hablar! ¡Quedas descalificado! ¡Vete a tu salón! ¡No te quiero ver aquí!

Así, me descalificó sin más. Ni siquiera me había oído declamar. Y todo, por tener frío. Todavía tiritando, caminé hacia las escaleras, las bajé corriendo y llamé a la puerta de metal. Estaba abierta, pero había que guardar las formas.

–¿Puedo pasar?

Miss Irma escribía en el pizarrón. Volteó a verme desconcertada.

–¿Tan pronto? ¿Ya terminó la prueba?

–Me descalificó la maestra porque dije que tenía frío.

–¿Qué te dijo?

–Que no me quería ver y que bajara a mi salón.

Algo me decía que, a la salida, Miss Irma se lo diría a mi mamá. Mi mamá a mi papá... Me imaginé metido en un problema.
​

El resto del día fue angustiante. No borraba de mi mente la mirada de la maestra echándome del concurso ni el temor de lo que me dijeran en casa cuando se enteraran.

Como imaginé, sucedió. De camino a casa, en el Volkswagen de mi mamá, ella me preguntó,

–¿Que te descalificaron del concurso de poemas?

–Sí.

–Pues ¿qué pasó?

–Es que hacía mucho frío y estaba temblando. Solo dije “¡Qué frío!” y la maestra se enojó y me corrió.

–Ah... Pues, ¡qué maestra!

Se lo contó a mi papá. Les pareció a los dos una injusticia, pero ahí quedó la cosa.

Sí, me sentí mal en su momento. Y honestamente, no estaba yo para juegos. Nunca me ha gustado el abuso de autoridad y lo habría de dejar claro a mi manera: En los años siguientes, sistemáticamente me escogerían para participar en el Concurso del Día del Padre y sistemáticamente no me presentaría. Me habían echado la primera vez sin siquiera escucharme. En respuesta, había decidido yo que, a partir de entonces, serían ellos quienes se perderían de mi participación. Y así fue. Era una forma mía de hacerles sentir que, de mí, no abusaba nadie.

Esta mañana me topé por casualidad con uno de los poemas que he grabado para mi programa de radio. Han sido del gusto de mi auditorio y tengo varios publicados en YouTube. El poema que encontré lo grabé hace dos años, justamente para el Día del Padre. Me vino a la mente la bastonera...

42 años han pasado y me pregunto qué será de ella. Al año siguiente, ella ya no estaba en la escuela y tampoco volvió a haber bastoneras. No tuve manera de saber su nombre. Pero me gustaría saberlo. Me gustaría saber qué fue de ella. Y sobre todo, me gustaría ver qué tal declama. Me gustaría ver qué tal declama alguien que con la mano en la cintura es capaz de truncar el camino de un niño de 7 años. Alguien que, con la mano en la cintura, es capaz de arrebatarle a un papá la oportunidad de ver a su hijo dando lo mejor de sí por cariño a él. Alguien que, inmisericorde, me echó de su concurso. Alguien que no pudo darme una segunda oportunidad, pues ni siquiera fue capaz de darme la primera.

Irónicamente, el poema que aquella maestra no me dejó declamar, terminaba diciendo:

"...y para el cruel que me arranca
el corazón con que vivo,
cardos ni ortigas cultivo.

Cultivo una rosa blanca".

Podría apostar que esa maestra no recuerda el incidente. Pero yo sí. Y me gustaría encontrarla, 42 años después, para retarla a un mano a mano de declamación. En estos días, la distancia no es pretexto. Todos pueden encender la cámara de su teléfono y filmarse.

Hay maestros que dejan huella para bien, pero hay maestros que dejan huella para mal.

No sé cómo se llama, no sé qué fue de ella. Pero tal vez, solo tal vez, alguien que lea estas líneas la recuerde o la conozca. Tal vez alguien sabe dónde está. Tal vez alguien sabe cómo localizarla. Y tal vez alguien pueda ponerme en contacto con ella. Le recordaré aquel día y la retaré a ver de a cómo nos toca. Cada uno recitando sus mejores versos. Veremos entonces si así como es sencillo ser valiente con un niño de 7 años, se es valiente para contender con ese niño, 42 años después, en las lides de los versos, la declamación y la poesía.



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© MMXX Mauricio I. Pérez

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    Revista Digital "Semillas
    para la Vida"

    Artículos del periodista Mauricio I. Pérez para diferentes publicaciones católicas.

    Como escritor, ha publicado 15 títulos, seis de ellos best sellers. 

    Ha recibido cinco premios nacionales de periodismo católico en Estados Unidos y Canadá

    Los artículos de Mauricio han sido publicados por:

    Revista Northwest Catholic de la arquidiócesis de Seattle.

    Periódico Pastoral Siglo XXI de la arquidiócesis de Monterrey.

    Periódico El Progreso de la arquidiócesis de Seattle.

    Revista La Familia Cristiana en Venezuela.

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