Los elementos litúrgicos que hacen de esta celebración litúrgica una misa única y de las más intensas que celebra la Iglesia Católica año con año.
Después de haber preparado nuestros corazones desde el principio de la Cuaresma con nuestra penitencia y nuestras obras de caridad, hoy nos reunimos para iniciar, unidos con toda la Iglesia, la celebración anual del Misterio Pascual, es decir, de la pasión y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, misterios que empezaron con su entrada en Jerusalén, su ciudad. El nombre litúrgico de este día es Domingo de Ramos en la Pasión del Señor. Mediante la anámnesis y la mímesis propias de la Sagrada Liturgia, recordamos y revivimos la entrada de Cristo, el Señor, en Jerusalén para consumar su Misterio pascual. La anamnesis consiste en recordar un evento que ocurrió en el pasado con el propósito de traerlo al presente. La mímesis consiste en imitar los gestos de un acontecimiento pasado para revivirlos aquí y ahora. De esta forma, este memorial litúrgico nos mete de lleno en el gozo de la entrada triunfal de Jesús en la Ciudad Santa, sobre todo cuando la celebración litúrgica da inicio con la procesión (el Misal permite dos formas de entrada adicionales: la entrada solemne, sin procesión, dentro de la iglesia; y la entrada simple en que la Misa inicia, prácticamente, como de costumbre). La anámnesis de la Entrada a Jerusalén la realizamos escuchando la lectura del Evangelio, que nos narra este épico episodio de la vida de Jesús. En el Ciclo A, escuchamos el relato que hace Mateo (21,1-11), en el que Jesús indica a dos de sus discípulos ir al pueblo ubicado frente a Betfagé y tomar prestados una burra y un burrito. En el Ciclo B, podemos escuchar el recuento de Marcos (11,1-10), que habla solo de un burro y agrega que algunos en ese pueblo cuestionaron a los dos apóstoles por tomarlo. También podemos escuchar lo que dice Juan (12,12-16), en cuya versión Jesús se encuentra Él mismo con un burro y sin más, lo monta para cumplir las Escrituras. A diferencia de los otros evangelistas, Juan no detalla el hecho de que el burro fue cubierto con mantos, lo cual es un gesto reservado para una montura real. En el Ciclo C, escuchamos a Lucas (19,28-40) contar una versión muy similar a Mateo y Marcos, especificando que fueron los dueños del burro quienes cuestionaron a los dos apóstoles que lo tomaron prestado. Los cuatro evangelistas son consistentes en señalar que Jesús era aclamado al entrar a Jerusalén, ya con hosannas, ya con bendiciones al Rey de Israel. Lucas agrega que los fariseos reprocharon a Jesús ordenándole que reprendiera a sus discípulos, a lo que Jesús replica asegurándoles que “si ellos callan, hablarán las piedras”. La mímesis se realiza con la procesión de la asamblea hacia el interior de la iglesia, cada quien llevando ramas de olivo u hojas de palmera, que son asperjadas con agua bendita al inicio y entonando cantos de aclamación a Cristo Rey. Tal como sucedió en Jerusalén aquel glorioso día, cada uno de nosotros siente en sus manos los ramos y palmas, avanza entre la gente y canta aclamando al Señor, reviviendo y actualizando ese glorioso momento. Un momento de gran gozo para Cristo, sus apóstoles, sus discípulos y para nosotros, su Iglesia. Un gozo que en breve, habrá de transformarse en drama en la misma celebración litúrgica cuando se proclame el Evangelio, que se distingue de los evangelios del resto de las misas del año litúrgico de formas especiales:
Un Evangelio dramático que nos confronta año con año con la injusticia de los juicios contra Jesús, la tortura de su flagelación, el tormento de su camino al Calvario y el martirio de su muerte en la cruz. Un Evangelio que conmueve hasta al más insensible y que deja a muchos con un nudo en la garganta. El drama de la Pasión se desdobla, paso a paso, ante nosotros. Nuestra imaginación nos mete de lleno ante el Sanedrín, en el palacio de Herodes y el pretorio de Pilato, a orillas del camino al calvario y al pie de la Cruz. Un Evangelio que nos deja mudos y que por esa razón, por única vez en el año, el Misal permite que en vez de homilía se guarde silencio si el celebrante así lo prefiere. Pero ¿qué provoca ese nudo en nuestra garganta? ¿Qué es lo que nos deja mudos cada año? ¿El horror de la pasión de Cristo o la vergüenza de saber que aunque ha muerto por nosotros, no le hemos sabido responder con fidelidad? ¿El dolor por verlo sufrir por nosotros o el reconocer que no somos merecedores de semejante sufrimiento? La Cuaresma aún no ha terminado. El Domingo de Ramos en la Pasión del Señor es, de hecho, el Domingo VI de Cuaresma. Pero con esta celebración inicia nuestra Semana Santa. Para este momento nos hemos preparado a lo largo de la Cuaresma rezando de forma más intensa, cultivando nuestra generosidad y esforzándonos por guardar el ayuno. Esta semana, Cristo habrá de instituir la Eucaristía y el sacerdocio el Jueves Santo, morirá por nuestra salvación el Viernes Santo, de su sepultura descenderá a los infiernos el Sábado Santo y resucitará con toda su gloria el Domingo de Pascua. El misterio de redención está por consumarse y Cristo nos invita a ser testigos de su infinito amor, viviendo a su lado estos sagrados misterios. ¡Apasiónate por nuestra fe! ______________________ © Mauricio I. Pérez | Todos los derechos reservados.
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Adentrados ya en la segunda década del siglo XXI, nos hemos acostumbrado a la forma de celebrar el Triduo Pascual: la Misa Vespertina en la Cena del Señor el Jueves Santo, la Liturgia de las Horas, y la celebración de la Liturgia de la Pasión del Señor el Viernes Santo, la Liturgia de las Horas el Sábado Santo por la mañana y la gran celebración de la Vigilia Pascual en la Noche Santa, además de devociones locales en distintos países, como el rezo del Santo Viacrucis el Viernes Santo. Para muchos de nosotros, esta es la única forma que conocemos de celebrar el Triduo en el rito romano. Y es que así se ha celebrado desde 1956, hace ya 68 años. Fue en la Pascua de ese año que entró en vigor el nuevo Ordinario de la Semana Santa instituido por el Papa Pío XII a finales del año anterior. Fue, por cierto, este cambio, el que marcó de forma decidida la reforma litúrgica que desembocaría en la promulgación de la primera de las cuatro constituciones del Concilio Vaticano II, la Sacrosanctum Concilium sobre la Sagrada Liturgia, el 4 de diciembre de 1963. Antes de esta reforma, las celebraciones del Triduo Pascual a las que asistían nuestros padres y abuelos — llamadas entonces “oficios”— se celebraban por la mañana, incluso la Vigilia Pascual. Un cambio notorio tras esta reforma de 1956 es celebrar los ritos de forma preferible a las mismas horas que tuvieron lugar los misterios correspondientes: la Última Cena el jueves por la tarde, la muerte del Señor el viernes a las 3 y la Resurrección a la medianoche entre el sábado y el domingo. Celebrar la Vigilia Pascual de la Noche Santa tras ponerse el sol por completo la noche de sábado — siendo domingo ya, litúrgicamente — fue uno de los cambios más importantes de la reforma introducida por Pío XII. Otros cambios significativos fueron la integración a la Misa Vespertina en la Cena del Señor el rito del lavatorio de los pies. El sábado dejó de ser “de Gloria” para llamarse ahora “Sábado Santo en la Sepultura” y el “Santo Triduo” pasó a ser el “Triduo Pascual”. Ahora se recomienda que en todas las iglesias se celebre la Liturgia de las Horas junto con el pueblo a lo largo del Triduo. Un cambio reciente, prescrito por el Papa Francisco en 2016, permite que en el lavatorio se puedan también lavar los pies a mujeres. Pero, ¿cómo inició todo? ¿De qué forma comenzaron a celebrar los primeros cristianos la pasión, muerte y resurrección del Señor? El origen de la Vigilia Pascual Comencemos con la Vigilia Pascual en la Noche Santa, que es el punto culminante de toda la Semana Santa. La Pascua judía es una festividad anual, que siempre se celebra el día 14 del mes de Nisán, en el primer plenilunio del equinoccio de primavera. En aquellos tiempos, la Pascua judía estaba necesariamente localizada en Jerusalén, pero la Pascua cristiana no estaba vinculada a esa única fecha ni a ese único lugar. Para empezar, los cristianos primitivos celebraban los misterios pascuales del Señor cada semana, los domingos. Esta celebración estaba conectada con la Última Cena, memorial de la pasión y resurrección del Señor, con miras a su glorioso regreso. Una vez al año, la Iglesia comenzó a celebrar la Pascua con la Vigilia, en la que se participaba previa preparación por medio del ayuno, que en su forma y duración variaba de una región a otra. En varias Iglesias, se adoptó un ayuno de 40 días (Cuaresma), emulando el ayuno de Jesús los 40 días que pasó en el desierto tras ser bautizado por Juan. Este largo ayuno se suspendía los sábados y domingos. Había comunidades en las que el ayuno pascual comenzaba seis días antes del domingo de Pascua, dando inicio a la "Gran Semana de la Pasión". El ayuno era obligatorio a partir del Viernes Santo y durante todo el sábado, hasta la Vigilia Pascual inclusive. Siendo una Vigilia, se celebraba por la noche, iluminada por la luna llena y por lámparas y velas. “En esta noche… las tinieblas de la noche son vencidas por la luz de la devoción”, predicaba en su homilía Cromacio de Aquilea en el año 407). San Agustín la llamaba "la madre de todas las vigilias" (Sermón 219). Las homilías de esos tiempos suelen hacer referencia a las lámparas encendidas, citando aquel versículo del salmo que a la fecha resuena en la Vigilia al entonarse el Pregón Pascual: "Y la noche será luminosa como el día" (Sal 138,12). Es probable que la iluminación de las lámparas estuviera acompañada de un rito, que luego se consolidó en una verdadera liturgia del lucernario, con la bendición del fuego nuevo. Hacia finales del siglo IV, en Occidente se generalizó la costumbre de encender un gran cirio pascual, acompañado por un pregón pascual, en conexión con la pila bautismal. El mayor ejemplo es el Exsultet, atribuido a San Ambrosio, cantado por un diácono, y que Agustín relata con emoción, en La ciudad de Dios, la vez que le tocó a él cantarlo “al lado del cirio pascual”. La celebración podía ser introducida por un prefacio pascual. La Vigilia Pascual incluía lecturas del Antiguo Testamento: la creación (Gn 1), el cordero pascual (Ex 12), la salida de Egipto (Ex 14-15), el sacrificio de Isaac (Gn 22), el cántico de Moisés (Dt 33) y los huesos secos (Ez 37). Del Nuevo Testamento, que “Cristo es nuestra Pascua” (1 Corintios 5,7-8) y una de las perícopas de la Resurrección en el Evangelio. La homilía se predicaba antes de las lecturas, después de ellas o en ambos momentos. Después de la homilía, se celebraban los bautismos. Tertuliano afirmaba que la Pascua ofrece el día más solemne para el bautismo, porque en ese día se cumplió la pasión del Señor, en la cual somos bautizados. Debido a que el bautismo se administraba por inmersión en una pileta, se impartía principalmente a adultos. Se llevaba a cabo en un edificio adyacente a la iglesia, situado cerca de la entrada: el bautisterio. En la Tradición Apostólica de Hipólito encontramos la descripción más antigua de los ritos bautismales, que disponían que los candidatos se debían bañar el jueves santo, ayunar el viernes y reunirse con el obispo el sábado, orando de rodillas. Pasaban "toda la noche" del sábado en vigilia, escuchando lecturas e instrucciones sobre la vida cristiana. Al canto del gallo, los candidatos eran llevados al bautisterio donde eran sumergidos en la piscina para ser bautizados. Eran revestidos de blanco y, todavía en el bautisterio, se llevaba a cabo con ellos el rito del lavatorio de los pies, acompañado de la lectura de la perícopa correspondiente en el Evangelio según San Juan. Ya como neófitos, pasaban a la iglesia en procesión, uniéndose por primera vez a la asamblea de los demás fieles, que los acogían con alegría. La celebración continuaba con la Eucaristía. Con esa Vigilia Pascual comenzaba el tiempo de la santa alegría de los 50 días hasta Pentecostés, considerado "el gran domingo" que se había extendido por siete semanas, y prefigurado en el Antiguo Testamento por la fiesta de las semanas. En otras palabras, el tiempo pascual, que se extiende durante 50 días (siete veces siete días), culmina en Pentecostés, que no es solo el último día, sino el conjunto de los 50 días. Toda la Vigilia Pascual tenía una fuerte connotación escatológica, descrita bellamente por San Jerónimo en su comentario a Mt: "Hay una tradición judía según la cual el Mesías vendrá en medio de la noche, a semejanza del tiempo en Egipto, cuando se celebró la Pascua y vino el exterminador y el Señor pasó por encima de las casas, y los dinteles de nuestras frentes fueron consagrados con la sangre del cordero. De aquí deduzco que ha quedado la tradición apostólica de que en la vigilia de Pascua no se despide al pueblo antes de medianoche, esperando la venida de Cristo, y solo después de asegurarse de que ha pasado, todos celebran juntos". Fue en la segunda mitad del siglo IV que la celebración pascual comenzó a incluir, además de Vigilia, una Misa en el día domingo, el día de la Resurrección. La celebración de la Vigilia Pascual nos permite captar la esencia de esta fiesta: un rito de paso en el que se traspasa la frontera entre la muerte y la vida. Los autores antiguos interpretaban el sentido etimológico de la Pascua de distintas formas: ya como “el pasar de largo del ángel exterminador”, ya como “paso del pueblo”, ya como “pasión del Señor”. El hecho es que el sentido de la Pascua cristiana es el sacrificio de Cristo, el cordero pascual definitivo. La Pascua se comienza a celebrar en tres días El deseo de profundizar en los eventos de la pasión llevó a la extensión de la celebración litúrgica desdoblándose en un tríptico de tres días: el Triduo Santo del Viernes Santo (la muerte en la Cruz), el Sábado Santo (el reposo de Jesús en el sepulcro y su descenso a los infiernos) y la Vigilia en la noche hasta el domingo de Pascua. Orígenes describe el Triduo como "El primer día es para nosotros el de la pasión del Salvador, el segundo es aquel en que descendió a los infiernos y el tercero es el día de la resurrección". La liturgia pascual en Jerusalén dio lugar a la representación cronológica de la Pasión, después de que el emperador Constantino exaltara en el siglo IV los lugares de la crucifixión y sepultura de Jesús, erigiendo sobre ellos la magnífica basílica del Santo Sepulcro. Este edificio único comprendía el Martyrium (lugar de la Cruz), el Anastasis (Santo Sepulcro), un atrio y un baptisterio. Es así que en Jerusalén nace la procesión de las Palmas el domingo anterior a la Pascua: el pueblo, junto con el obispo, se reunía en el Monte de los Olivos para escuchar el Evangelio que describe la entrada de Jesús en Jerusalén. De ahí, todos en procesión descendían a la ciudad entre himnos y salmos. Las celebraciones de esa semana se centraban en el tema de la Pasión. El Jueves Santo — llamado Coena Domini -- conmemoraba la institución de la Eucaristía y se administraba el sacramento de la reconciliación y la consagración de los santos óleos. Fue en el siglo VI que, después de la Misa, comenzó a realizarse el "lavatorio de pies" a doce pobres, por parte del obispo. El Viernes Santo se llevaba a cabo un servicio de lecturas, cantos y oraciones. En Jerusalén, se veneraba y besaba una reliquia de la Santa Cruz, rito que pronto se extendió por muchas iglesias de Oriente y Occidente, para lo cual se comenzaron a difundir las reliquias de la Cruz. El Viernes Santo concluía con la "Misa de los presantificados", es decir, con la comunión de las sagradas especies que se habían consagrado el día anterior. El Sábado Santo ha sido siempre un día en el cual no se celebra la Eucaristía. Solo después del atardecer comenzaba la gran Vigilia pascual y por el día la Misa en el Domingo de Resurrección. Conclusión La Semana Santa es la más importante del año para los católicos. Los últimos días de la Cuaresma, a partir del Domingo de Ramos, nos preparan de forma definitiva para la celebración del Misterio de Redención a lo largo del Triduo Pascual. El Triduo no está formado por tres celebraciones, sino por una sola, desdoblada como un tríptico en tres etapas. De ahí que la Misa Vespertina en la Cena del Señor el Jueves Santo no concluya con una bendición, pues esta se impartirá al concluir la Vigilia Pascual en la Noche Santa. El Triduo Pascual no es la preparación para la Pascua. Es, más bien, la Pascua misma. Y es que, a fin de cuentas, no puede haber un sepulcro vacío en la Vigilia Pascual sin una Cruz en la Liturgia de la Pasión del Señor, y no puede haber una Cruz sin el Cenáculo en la Misa Vespertina en la Cena del Señor. Para que Cristo resucite en la Vigilia Pascual, debe antes morir el Viernes Santo. Para poder morir por nosotros, debe llevarnos en comunión con Él a la cruz y así, no puede morir en la cruz sin antes instituir la Eucaristía el Jueves Santo. ¡Apasiónate por nuestra fe! _____________________ © Mauricio I. Pérez. Todos los derechos reservados. Descarga Videos - Master Class Completa: El Triduo Pascual desde su Liturgia(Precio listado en USD) El Triduo Pascual estudiado con un enfoque mistagógico. La master class completa repartida en tres videos descargables. (Los videos de cada lección también están disponibles por separado en nuestra tienda en línea) Duración del Curso: 4 horas y 20 minutos Tamaño de los Videos: 1 GB Formato del Video: MP4, compatible con Windows, Mac, iPhone y Android. IMPORTANTE: Su descarga permanecerá activa durante 10 días. Sugerimos realizar la descarga a la brevedad, antes de que expire. Asegúrese de tener al menos 1 GB libre en su memoria o disco duro para poder descargar los tres videos. RESTRICCIONES DE USO DEL VIDEO: Al descargar estos videos, accede a emplearlo para su consumo personal únicamente. La copia, distribución o publicación, total o parcial y por cualquier medio están prohibidas. Todos los derechos de este curso pertenecen a Seminans Media & Faith Formation. Por Mauricio I. Pérez, Periodista Católico | Joseph Strickland, ex obispo de la diócesis de Tyler en Texas, ha logrado poner a miles de católicos en contra del Papa. Su destitución es lógica y debió suceder antes, pero el Papa Francisco quiso ser paciente. - El 8 de julio de 2022 compartió un video en su Twitter –y a la fecha, sigue ahí– donde remanentistas insultan al Papa Francisco llamándolo "payaso diabólicamente desorientado" que toma las decisiones “que tomaría Judas Iscariote”. - El 12 de mayo de 2023 acusó al Papa Francisco de querer "socavar el depósito de la fe". - El 14 de mayo de 2023 promovió en Twitter las misas celebradas ilícitamente por el grupo cismático de la fraternidad sacerdotal de San Pío X. - Ha apoyado constantemente a obispos cismáticos como a Carlo Maria Viganò. - Este 31 de octubre, en Roma, leyó públicamente una carta de un sedevacantista amigo suyo, afirmando que el Papa Francisco "usurpa la Sede de Pedro" y esperando que su auditorio estuviera de acuerdo con dicha carta. ¿Más razones para comprender por qué fue destituido? Justamente los miles que critican al Papa Francisco y defienden al Obispo Strickland, justificarían con su actitud misma la destitución. Las acciones de Strickland arriba mencionadas, están sancionadas en el Código de Derecho Canónico: Can. 1373 - Quien suscita públicamente la aversión o el odio contra la Sede Apostólica o el Ordinario, a causa de algún acto del oficio o del cargo eclesiástico, o induce a desobedecerlos, debe ser castigado con entredicho o con otras penas justas. Aun así, Strickland no ha sido sancionado canónicamente. Se le retiró de su cargo, lo cual es una medida administrativa más que una sanción. Cosa lógica, pues no se puede tener un obispo encabezando una comunidad de fieles, haciéndolo en constante y flagrante desobediencia al Papa y suscitando entre los suyos animadversión y desobediencia al Papa por igual. Tampoco se puede tener a cargo de una diócesis un obispo que no la administra debidamente. Y es que, sumado a esto, en la reciente visitación apostólica que recibió este junio su diócesis de Tyler, Texas, por parte de la Santa Sede, irregularidades administrativas y fiscales fueron encontradas, además de despidos injustificados de empleados diocesanos. Tras la exhaustiva investigación, que incluyó entrevistas a más de cien empleados diocesanos, los dos prelados a quienes se encomendó la visitación, Mons. Dennis Sullivan, Obispo de Camden, y Mons. Gerald Kicanas, Obispo Emérito de Tucson, extendieron al Santo Padre la recomendación de que la continuación de Joseph Strickland en su oficio como obispo de la diócesis de Tyler, no resultaba factible. En respuesta, el Papa le pidió su renuncia, como es costumbre en estos casos. -A diferencia de los demás obispos que, en honor a su voto de obediencia, presentan su renuncia cuando les es pedida por el Santo Padre, Joseph Strickland se rehusó contundentemente tras recibir la solicitud el 9 de noviembre. Esta reacción no dejó otra opción al Papa Francisco sino retirarlo del cargo dos días después. Y todo esto sin mencionar que durante la pandemia causada por el COVID-19, Strckland motivó a su comunidad a desobedecer la exhortación del papa a recibir la vacuna como un acto de caridad con nuestro prójimo, mientras promovía a la vez teorías conspiranoides. Joseph Strickland ha acusado al Vaticano y al Papa Francisco, de "atacar lo sagrado" (octubre 31). Muchos de los defensores de Strickland pretenden canonizarlo en vida como mártir de la intolerancia del Vaticano. Sin embargo, Aquellos que atacan la eclesiología y el Magisterio de la Iglesia, difamando falsamente al Sucesor de Pedro, no son mártires, sino cismáticos. La protesta del Obispo Strickland contra el papa y sus enseñanzas, así como contra los obispos fieles en comunión con él, constituye el verdadero ataque a lo sagrado. Hace tres años, en octubre de 2020, Strickland había desafiado al Papa Francisco a correrlo. Tres años después, se le cumplió. © Mauricio I. Pérez | Periodista Católico Judas ¿Traidor o Instrumento de Dios | Audiolibro(Precio en USD) IMPORTANTE: Una vez realizado el pago, el audiolibro estará disponible para su descarga solo por 10 días. Sugerimos descargarlo de inmediato. Distribuido en 10 pistas en formato MP3. __________________ De Judas, todos creen saber que fue el apóstol que vendió a Jesús por 30 monedas, lo entregó con un beso y más tarde se quitó la vida. ¿Quién fue Judas en verdad? ¿Estuvo predestinado para traicionar a su Maestro? ¿Por qué motivo lo traicionó? ¿Por qué le pagaron exactamente 30 monedas? ¿Qué fue del campo que se compró con aquellas monedas? ¿Cómo murió Judas realmente? ¿Fue Judas un traidor o un instrumento de Dios necesario para desencadenar el proceso de la pasión, muerte y resurrección del Señor? A través de un minucioso análisis bíblico de los cuatro Evangelios y los Hechos de los Apóstoles, Mauricio I. Pérez lleva al lector a través de un fascinante recorrido, recabando testimonios y reconstruyendo los hechos para comprender el perfil y las motivaciones de uno de los personajes más despreciados en la historia. ________ Esta obra también está disponible en edición impresa y Kindle a través de: www.semillasparalavida.org/judas [EL SIGUIENTE ARTÍCULO FUE ESCRITO A PETICIÓN DE LOS PADRES ORATORIANOS DE SAN FELIPE NERI, PARA PUBLICARLO EN POLACO EN POLONIA, CON MOTIVO DEL XLV ANIVERSARIO DEL PONTIFICADO DE SAN JUAN PABLO II]
¡Era enero de 1979. Acababa yo de cumplir 8 años y estudiaba el 2o año de primaria. Por primera vez, el Papa electo unos meses antes, en octubre, hacía un viaje apostólico. Su destino, mi país: México. Viajó para participar en la conferencia de los obispos de América Latina. Hasta ese momento, el mundo no estaba acostumbrado a ver a los papas viajar. Para Juan Pablo II, este viaje sería un parteaguas en su incipiente pontificado. En México descubriría el llamado del Señor a ir por todo el mundo, como mandó a sus Apóstoles antes de ascender al cielo. Con el tiempo, sería reconocido como “el Papa peregrino”. El día que Juan Pablo II llegó a la Ciudad de México, 26 de enero, todo era expectación y algarabía. Hay que recordar que en ese tiempo no había internet ni redes sociales, por lo que la información y fotos de los papas era escasa, para nada tan cotidiana como lo es hoy. De modo que la forma de conocer al Papa era verlo en televisión o mejor todavía, salir a la calle y verlo pasar. A todos sorprendió su gesto de humildad y buena voluntad cuando descendió del avión y besó el suelo mexicano. Ese habría de ser su sello personal cada vez que viajara después a cualquier país por vez primera. Al llegar de la escuela, pude verlo en televisión con mi familia, celebrando la Misa en la Catedral Metropolitana. De ahí, se trasladaría a la nunciatura apostólica y su ruta pasaba a unas cuadras de mi casa. Un autobús de pasajeros fue adaptado. Se le retiró el techo y se colocó un pedestal donde Su Santidad podía ir de pie bendiciendo a toda la gente. Fue esa la primera versión de lo que después sería el papamóvil. Millones de mexicanos corrimos a las calles para verlo pasar. Mis papás y mis abuelos sacaron bancos de la cocina para que pudiéramos pararnos en ellos dos de mis hermanas menores y yo. Mi hermana menor era una bebé de cinco meses apenas. Nos colocamos en la esquina de nuestra calle. Había muchísima gente alrededor. De pronto, se escuchaban gritos de la gente que se hacían más cercanos. Pasó un policía en su motocicleta y después otros más y de pronto ¡ahí estaba! ¡El Papa Juan Pablo II! Tenía una sonrisa llena de ternura y una mirada penetrante. De pie en su autobús descapotado, sostenido de una barra con la mano izquierda, con la derecha volteaba a un lado y al otro bendiciéndonos. La gente gritaba con emoción “¡VIVA EL PAPA!, ¡VIVA EL PAPA!”. Yo escuchaba a mi abuelo, que estaba a mi lado, gritar igual que los demás. Yo quería gritar, pero no podía. La emoción me paralizaba y no podía decir nada. Literalmente, Juan Pablo II me dejó mudo. Sentía en mi corazón como si Jesús mismo estuviera pasando frente a mí. Incluso al escribir estas líneas, 44 años después, mi piel se estremece y mis ojos están bañados en lágrimas. Fue amor a primera vista. El Papa se enamoró de México y los mexicanos de Juan Pablo II. Nos dijo palabras que resonaron: “De mi Patria se suele decir: Polonia Semper fidelis. Yo quiero poder decir también: Mexico Semper fidelis! ¡México siempre fiel!” Además, nos hablaba en el español casi perfecto que aprendió cuando era un joven poeta con tal de disfrutar los poemas de San Juan de la Cruz, reconocido como el mejor poeta de la lengua hispana. Pudimos verlo una vez más y mi sensación fue la misma. A mis 8 años, esos efímeros encuentros con Juan Pablo II me habían dado la plena convicción de que valía la pena ser católico y vivir como tal. Desde entonces, me he tomado mi fe muy en serio. Su partida fue triste y a la vez, emocionante. El Papa nos pidió subir a las azoteas y despedirlo con espejos cuando su vuelo despegara. El piloto sobrevoló la ciudad dos veces y al pasar sobre nuestras casas, todos apuntábamos nuestros espejos hacia el avión. Después, partió… Juan Pablo II se quedó en mi corazón de una forma muy especial. Era el inicio de una amistad in pectore que duraría toda la vida. Los miércoles por la noche, no me perdía en el noticiero el reporte semanal que daba desde el Vaticano la corresponsal mexicana Valentina Alazraki, destacada periodista que llegó a ser entrañable amiga de Juan Pablo II. Fue así que me enteraba de lo que hacía, decía y enseñaba y ya en la preparatoria, comencé a leer sus encíclicas. La segunda vez que volvió a México, tenía 19 años y estudiaba en la universidad. Era 1990 y estábamos en exámenes finales. Eso no me detuvo para salir a las calles una vez más. Y una vez más, me pasó lo mismo. La gente ahora gritaba “¡JUAN PABLO II TE QUIERE TODO EL MUNDO!”, pero yo no podía. Me quedaba mudo y mi corazón latía a mil por hora. Su dulce mirada al pasar me estremecía hasta lo más profundo. Fue entonces que comprendí el poder de la sombra de San Pedro que refiere Lucas en Los Hechos de los Apóstoles (5,15). En la universidad, entre clase y clase, escuchaba en una radio de audífonos todos los eventos del Papa. Así escuché el encuentro de Juan Pablo II con los jóvenes, en el que nos dijo, “Lleváis en vuestras manos, como frágil tesoro, la esperanza del futuro… No perdáis la esperanza, sois peregrinos de la esperanza”. Siempre recordé esas palabras y más adelante, cuando en otro encuentro con los jóvenes el Papa nos dijo, “Ustedes son la esperanza de la Iglesia. Ustedes son mi esperanza”, me las tomé a pecho para siempre. Me prometí que no defraudaría yo al Papa. Es así que he dedicado gran parte de mi tiempo, desde mi juventud, al apostolado catequético de adultos. Dejé de ser niño y joven. Era ya un adulto de 28 años. Poco antes de casarme, en enero de 1999, el Papa regresó a México. Ya se le veía anciano y cansado, pero imparable. Esa vez lo vi por las calles más que nunca, varias veces junto con Lulú, mi prometida. Lo confieso, en más de una ocasión llegué tarde a la oficina porque prefería ir a pararme cerca de la nunciatura para verlo pasar al salir hacia su primer evento del día. Al pasar, la gente le gritaba “¡JUAN PABLO, HERMANO, YA ERES MEXICANO!” En un emotivo evento en el Estado Azteca, donde se han jugado dos inauguraciones y dos finales de la Copa del Mundo, en 1970 y 1986, el Papa nos dijo palabras que nunca olvidamos: “Hoy puedo decir: ¡Tú eres mexicano!”. La mañana que volvió a Roma, me paré cerca de la nunciatura. Estaba yo rodeado de hombres de saco y corbata, pues de ahí nos iríamos a trabajar. Cuando salió el papamóvil, la única forma de ver al Papa, por última vez, era saltando por encima de la multitud. Pasó algo muy curioso y a la vez muy bonito. Sin pensarlo y sin pedir permiso, comenzamos a saltar apoyándonos en los hombros de los dos que teníamos al lado para llegar más alto. Al caer, los de al lado hacían lo mismo apoyándose en nuestros hombros. Y así, como pistones que subían y bajaban, de saco y corbata todos, saltando y ayudándonos a saltar, pudimos despedirlo. No fui a la oficina como debía. Preferí correr a mi casa para ver por televisión su despedida en el aeropuerto. Juan Pablo II recordó la letra de una canción y nos dejó a todos con lágrimas en los ojos: “Me voy, pero no me voy. Me voy pero no me ausento, porque de corazón me quedo”. A unas semanas de casarme, durante ese viaje del Papa tomé la decisión de que mi primer hijo varón se llamaría Juan Pablo, para que un día, cuando Karol Wojtyla fuera al cielo y fuera santo —no tenía yo duda de que lo sería—, mi hijo tuviera un gran patrono que velara por él. Nos casamos en febrero y en junio nos mudamos a Estados Unidos, donde hemos vivido desde entonces. Tres años después, en 2002, nació en febrero nuestro hijo y su nombre fue Juan Pablo. El Papa anunció entonces que iría a México en junio para canonizar a Juan Diego, a quien se apareció la Virgen de Guadalupe. Su Santidad le guardaba un especial amor pues su tez morena le recordaba a su amada Virgen Negra de Cheztochowa. Decidimos entonces viajar a México y llevar a nuestro pequeño Juan Pablo para que el Papa lo bendijera al pasar por las calles. Así lo hicimos y me impactó ver que siempre sucedió lo mismo. Nos parábamos en la acera rodeados de miles de personas, bajo el calor del verano, aguardando horas a que pasara el Papa en su papamóvil. Después de tanto tiempo, nuestro bebé estaba desesperado, llorando a todo pulmón por el calor y la incomodidad que le generaba estar rodeado de tanta gente gritando. Cada vez que se acercaba el papamóvil, la gente comenzaba a gritar con más fuerza y nuestro pequeño Juan Pablo lloraba con más desesperación. Pero al pasar el Papa Juan Pablo II frente a nosotros, nuestro bebé entraba en una paz instantánea a pesar de que los gritos de la gente estaban al máximo en ese instante. En cada encuentro con el Papa, nuestro bebé entró en paz luego de llorar desesperado. Sin duda, él mismo sentía la sombra de San Pedro, que lo cubría al pasar por la calle. Sabía yo que esa sería la última vez que vería al Papa en persona. Él también sabía que era su despedida de México. Fue triste verlo partir en su avión por última vez. Pero más triste fue el día que murió, 2 de abril de 2005. Como millones de personas en el mundo, estuve pegado al televisor más de 24 horas viendo lo que sucedía en la Plaza de San Pedro, hasta que el Cardenal Leonardo Sandri anunció que Juan Pablo II había fallecido. Fue ese el día más triste de toda mi vida. Me enamoré de Juan Pablo II a los 8 años, a los 19 me hizo decidirme a dedicar mi vida al apostolado, a punto de casarme, renovó mi convicción en mi fe católica y siendo padre, bendijo y dio paz a mi bebé que llevaba su nombre. Mi vida personal, mi vida de fe y mi vida apostólica estuvieron marcadas por las visitas del Papa a México y por sus enseñanzas a lo largo de su pontificado. Acababa de nacer mi segundo hijo, Marcos Iván en 2006, cuando un sacerdote redentorista me invitó a dirigir con él una peregrinación a Polonia “siguiendo los pasos del papa peregrino”. Fuimos a Cheztochowa y a la basílica de la Divina Misericordia. Disfruté cada instante recorriendo su departamento en Wadowice, imaginando cómo vivía con su padre y su hermano y me senté un largo rato a contemplar el techo de la iglesia donde lo bautizaron, apreciando las pinturas que representan cada una de sus encíclicas. Por supuesto, ¡no me fui de ahí sin probar un delicioso kremówka papiezka! El postre preferido del Papa. Fuimos a Kalwaria Zebrzydowska, como hacía Karol Wojtyła con su padre y también a la catedral de Cracovia, que fuera su catedral como arzobispo. En ese viaje, Juan Pablo II habría de conducirme hacia otro santo polaco en lo que marcaría para mí un parteaguas en mi apostolado: San Maximiliano Kolbe. El penúltimo día en Polonia pude contemplar la celda en que murió en Auschwitz y sentí algo muy fuerte en mi corazón, sin saber qué era. Al día siguiente, celebramos la misa en la capilla que construyó Maximiliano en Niepokalanow, donde él celebraba misa y fe ahí que sentí el llamado a consagrarme a la Inmaculada Concepción y formar parte de la Milicia de la Inmaculada. Es desde entonces que he ejercido mi apostolado de evangelización a través de la radio, la prensa escrita y la internet, siguiendo el ejemplo de Maximiliano Kolbe. Esa peregrinación a Polonia culminó en Roma, visitando la tumba original de Juan Pablo II en la cripta de la Basílica de San Pedro. Pudimos visitarla después de celebrar la misa a las 7 de la mañana. Todavía no estaba abierta al público y pude rezar ante ella por largo rato. Nunca olvidaré cómo, ante el sepulcro de Juan Pablo II, sentía en mi interior exactamente lo mismo que sentí cada vez que lo vi pasar por las calles en México. Al día siguiente, habría de conocer a Benedicto XVI y fue como un cambio de estafeta. Juan Pablo II me había preparado para dedicar el resto de mi vida a un apostolado de evangelización en los medios de comunicación, que iniciaría ahora bajo el pontificado de Benedicto XVI, para ahora continuar con el Papa Francisco. Mi historia personal con San Juan Pablo II ha sido una historia de amistad entrañable, profundo amor y mucho aprendizaje. Fue Juan Pablo II quien me enseñó a vivir apasionado por nuestra fe. _____________ Mauricio Pérez es ingeniero en sistemas electrónicos, periodista y escritor. Trabaja en una compañía de tecnología de redes de computadoras y se dedica a la evangelización a través de los medios de comunicación como apostolado. Ha recibido cinco premios nacionales de periodismo católico en Estados Unidos. Nació en México y vive en Estados Unidos desde 1999 con su esposa y sus dos hijos. Varias diócesis en Estados Unidos están consolidando o combinando parroquias en grupos de dos, tres y hasta cuatro iglesias parroquiales. La escasez de sacerdotes dificulta abarcar todas las necesidades pastorales. Sumado a esto, las diócesis enfrentan problemas financieros al disminuir las ofrendas y los diezmos, al tiempo que decae la asistencia a la santa Misa. Cerrar iglesias y consolidar parroquias pudiera ayudar a administrar los recursos y a hacer el trabajo pastoral de los sacerdotes más eficiente, pero esta medida en nada ayudará a aumentar la participación de los fieles laicos ni su asistencia a la Misa, no digamos a aumentar el número de vocaciones sacerdotales. ¿Cuál es la raíz de esta situación? Un problema de fe.
En 2019, el Centro de Investigaciones Pew reveló algo alarmante: 7 de cada 10 católicos en Estados Unidos no creen que Jesús está presente en la Eucaristía. Para ellos, el pan y el vino consagrados son meros símbolos de su presencia. A nivel local, esta falta de fe se puede palpar, domingo a domingo, en tantas iglesias que no se llenan durante las celebraciones eucarísticas. Después de la pandemia, la asistencia a la Santa Misa ha disminuido aún más. En cada Fracción del Pan, Dios Padre envía al Espíritu Santo a convertir pan y vino en Cuerpo y Sangre de Cristo. Solo para quien tiene esta certeza en su mente y esta convicción en su corazón, la Santa Misa no es una obligación, sino una necesidad vital. Como advierte el Papa Francisco en su reciente carta apostólica Desiderio desideravi, sobre la Formación Litúrgica del Pueblo de Dios, “La fe cristiana, o es un encuentro vivo con Él, o no es” (núm. 10). Para los pocos que seguimos creyendo, es claro que ese encuentro vivo con Cristo lo tenemos en la Misa, a la que asistimos con cuatro fines: adorar a Dios (fin latréutico), darle gracias (fin eucarístico), pedirle por nuestras necesidades (fin impetratorio) y ofrecerle nuestra vida en sacrificio (fin propiciatorio). Para los que han dejado de asistir a Misa y aun para los que llegan a estar presentes, aunque pensando que el pan y el vino consagrados son solo eso, pan y vino y nada más, es claro que hace falta en su vida ese encuentro con un Cristo vivo al que no son capaces de percibir. ¿Qué ha provocado esta falta de fe? La proliferación de abusos litúrgicos, celebraciones superficiales, homilías que hablan de todo, menos del Evangelio —que es la Palabra Viva del Logos viviente— han contribuido, sin la menor duda. ¿Quién puede creerse que Cristo está en verdad presente cuando una Misa es celebrada de esa forma? "Los abusos (litúrgicos) «contribuyen a oscurecer la recta fe y la doctrina católica sobre este admirable Sacramento». De esta forma, también se impide que puedan «los fieles revivir de algún modo la experiencia de los dos discípulos de Emaús: Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron» (Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Instrucción Redemptionis Sacramentum núm. 6). Otro factor ha sido una catequesis sacramental insuficiente. Muchas catequistas no reciben una preparación minuciosa y varias de ellas ayudan como voluntarias solo durante el año que sus hijos se preparan para hacer su Primera Comunión. Es indiscutible además que la formación litúrgica de sacerdotes y laicos es deficiente, lo que ha llevado a caer en abusos litúrgicos y celebraciones superficiales que hacen difícil creerse que Cristo está en verdad ahí. Siempre existe la tentación de caer en una mundanalidad espiritual (Francisco, Evangelii gaudium núms. 93-97). “Necesitamos una seria y vital formación litúrgica. La cuestión fundamental es: ¿cómo recuperar la capacidad de vivir plenamente la acción litúrgica?” (Desiderio desideravi núm. 27). ¿Qué hacer? Tomándose esta situación a pecho, algunos obispos en Estados Unidos proclamaron en sus diócesis en 2020 un Año de la Eucaristía, en un esfuerzo por enfocarse en el Santísimo Sacramento. La pandemia del COVID-19 se interpuso y dificultó la celebración de estos jubileos locales mientras las iglesias tuvieron que ser cerradas. Pero también hubo varios sacerdotes que no se involucraron, impidiendo a sus comunidades parroquiales siquiera saber que estos jubileos se llevaban a cabo. La conferencia episcopal de Estados Unidos (USCCB, por sus siglas en inglés) se ha tomado a pecho el estudio del centro Pew, emprendiendo el Avivamiento Eucarístico Nacional, un movimiento para restaurar la comprensión y la devoción al gran misterio eucarístico en este país. Tiene tres fases: avivamiento diocesano, que concluye este mes; seguirá un año de avivamiento parroquial hasta julio de 2024; para continuar con un año de misión eucarística hasta Pentecostés de 2025. En Corpus Christi de 2023, da inicio la fase parroquial de avivamiento. Tiene como fin fomentar la devoción a la Eucaristía a nivel parroquial, fortaleciendo nuestra vida litúrgica mediante la celebración de la Misa, la Adoración Eucarística, misiones, recursos, predicación y movimientos orgánicos del Espíritu Santo. Su éxito depende de la gracia de Dios, pero también del compromiso de obispos, sacerdotes y fieles laicos. Se necesitan misioneros eucarísticos para esta iniciativa. Al igual que yo, tú también puedes ser uno de ellos. Puedes saber más en el sitio www.eucharisticrevival.org Al celebrar Corpus Christi, la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, no perdamos el asombro por la belleza de la Eucaristía ni el hambre de saciarnos con el Pan del Cielo que contiene en sí todo deleite. Dado que muchas personas siguen olvidando o pretenden negar que los obispos cuentan con la autoridad para prescribir que se comulgue con la mano en estos tiempos de pandemia y hay quienes llegan al extremo de afirmar que dicha práctica es un sacrilegio y hasta una obra del diablo, he compilado para ustedes la opinión de tres sacerdotes reconocidos y muy respetados: un exorcista y dos apologetas. Anexo también mi opinión personal desde un punto de vista escriturístico. P. José Antonio ForteaFr. Nelson Medina, OPP. Luis ToroMauricio I. PérezPara saber más sobre Sagrada Liturgia, recomendamos:A la Mesa del Señor | Comprendiendo la Santa Misa | Video MP4
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A LA MESA DEL SEÑOR Comprendiendo la Santa Misa En esta conferencia, Mauricio Pérez hace un recorrido detallado por la Santa Misa, explicando cada palabra, postura y oración. Es la comprensión de cada aspecto de la Santa Misa lo que nos permite participar activamente del Sacrificio Eucarístico del Señor. Para quienes han escuchado esta conferencia, su participación en la Santa Misa no ha vuelto a ser la misma. Una de las conferencias más solicitadas por el auditorio de Semillas para la Vida, ahora disponible en video para su descarga. Importante: Verifique que el disco duro de su computadora o la memoria de su teléfono o tablet tenga al menos 300 MB libres para poder hacer la descarga de este video. En venta En venta Semillas de Liturgia | Descarga MP3
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Se Busca Maestra de Bastoneras 1978, primero de primaria, The British School. Hace 42 años ya. Se avecinaba el Día del Padre y con él, el tradicional Concurso de Declamación del Día del Padre. Lo celebraba la escuela el sábado anterior al festejo. A diferencia del festival del Día de las Madres, que se llevaba a cabo entre semana y en horario de clases, pues en ese entonces, casi ninguna mamá trabajaba, el Concurso de Declamación se hacía en fin de semana. Así, los papás podían asistir. Miss Irma, nuestra maestra de Español, nos enseñó un poema que después resultaría por demás trillado. Pero para nosotros, a nuestros 6 y 7 años, significaba memorizar dos estrofas de cuatro versos octosílabos cada uno y además, recitar con sentimiento: Cultivo, de José Martí. Todos tuvimos que recitarlo de memoria y la maestra de ahí escogió a unos pocos para participar en el Concurso de Declamación. Fui de los elegidos. Para presentarse en el certamen, había que pasar por el filtro final de la coordinadora del paternal concurso. Ese año, se trataba de una maestra muy joven. No sé si era maestra auxiliar, de esas que cubrían a cualquier maestra que faltara por enfermedad. Por las tardes, era la entrenadora de la escuadra de bastoneras. Sí, en ese tiempo, la escuela tenía una escuadra de bastoneras. Ensayaban todo el año para encabezar el Desfile de Primavera que la escuela hacía por cuenta propia surcando las calles de la Colonia Nápoles en la Ciudad de México un día antes de salir de vacaciones de Semana Santa. El martes antes del poético certamen, la capitana de las bastoneras pasó de salón en salón preguntando por los nominados para presentarse el sábado ante los papás y las mamás que irían como siempre, listas con su Instamatic de bolsillo y una cajita de Magicubos Kodak para preservar para siempre ese momento. Los martes teníamos clase de Educación Física o Natación (al gusto de cada quien). En esos tiempos, no había pants de calentamiento. Era común que los niños vistiéramos todo el día el pantalón corto blanco, con sus vivos en rojo y azul, y la camiseta de algodón que por diseño tenía escrito las palabras Colegio haciendo un arco y Británico de forma horizontal. El trazo me recordaba los transportadores de Geometría. Años después se agregaría el escudo y luego cambiaría el diseño total de la camiseta. La bastonera en jefa nos subió a todos a la cancha de frontón en la azotea que hacía las veces de patio en los recreos. Nos formó en una fila para ir llamando a cada uno de los nominados y decidir quiénes tenían con qué presentarse el sábado ante los papás. Yo había dejado mi suéter en el salón y la mañana estaba muy fría. Comencé a tiritar. La maestra estaba sentada con una tabla donde sostenía una hoja con la lista de nuestros nombres. Pensé pedir permiso para bajar por mi suéter, pero no lo hice. Era yo muy tímido y más con las maestras que no eran mías. La prueba comenzó. Pasó el primer niño a recitar su poema. Cuando venía de regreso a la fila, me llevé los puños a la boca y musité en voz baja, –Brrrrrrrr. ¡Qué frío! La maestra se levantó al instante y se dejó venir enfurecida. Mirándome a los ojos, gritó, –¡No se puede hablar! ¡Quedas descalificado! ¡Vete a tu salón! ¡No te quiero ver aquí! Así, me descalificó sin más. Ni siquiera me había oído declamar. Y todo, por tener frío. Todavía tiritando, caminé hacia las escaleras, las bajé corriendo y llamé a la puerta de metal. Estaba abierta, pero había que guardar las formas. –¿Puedo pasar? Miss Irma escribía en el pizarrón. Volteó a verme desconcertada. –¿Tan pronto? ¿Ya terminó la prueba? –Me descalificó la maestra porque dije que tenía frío. –¿Qué te dijo? –Que no me quería ver y que bajara a mi salón. Algo me decía que, a la salida, Miss Irma se lo diría a mi mamá. Mi mamá a mi papá... Me imaginé metido en un problema. El resto del día fue angustiante. No borraba de mi mente la mirada de la maestra echándome del concurso ni el temor de lo que me dijeran en casa cuando se enteraran. Como imaginé, sucedió. De camino a casa, en el Volkswagen de mi mamá, ella me preguntó, –¿Que te descalificaron del concurso de poemas? –Sí. –Pues ¿qué pasó? –Es que hacía mucho frío y estaba temblando. Solo dije “¡Qué frío!” y la maestra se enojó y me corrió. –Ah... Pues, ¡qué maestra! Se lo contó a mi papá. Les pareció a los dos una injusticia, pero ahí quedó la cosa. Sí, me sentí mal en su momento. Y honestamente, no estaba yo para juegos. Nunca me ha gustado el abuso de autoridad y lo habría de dejar claro a mi manera: En los años siguientes, sistemáticamente me escogerían para participar en el Concurso del Día del Padre y sistemáticamente no me presentaría. Me habían echado la primera vez sin siquiera escucharme. En respuesta, había decidido yo que, a partir de entonces, serían ellos quienes se perderían de mi participación. Y así fue. Era una forma mía de hacerles sentir que, de mí, no abusaba nadie. Esta mañana me topé por casualidad con uno de los poemas que he grabado para mi programa de radio. Han sido del gusto de mi auditorio y tengo varios publicados en YouTube. El poema que encontré lo grabé hace dos años, justamente para el Día del Padre. Me vino a la mente la bastonera... 42 años han pasado y me pregunto qué será de ella. Al año siguiente, ella ya no estaba en la escuela y tampoco volvió a haber bastoneras. No tuve manera de saber su nombre. Pero me gustaría saberlo. Me gustaría saber qué fue de ella. Y sobre todo, me gustaría ver qué tal declama. Me gustaría ver qué tal declama alguien que con la mano en la cintura es capaz de truncar el camino de un niño de 7 años. Alguien que, con la mano en la cintura, es capaz de arrebatarle a un papá la oportunidad de ver a su hijo dando lo mejor de sí por cariño a él. Alguien que, inmisericorde, me echó de su concurso. Alguien que no pudo darme una segunda oportunidad, pues ni siquiera fue capaz de darme la primera. Irónicamente, el poema que aquella maestra no me dejó declamar, terminaba diciendo: "...y para el cruel que me arranca el corazón con que vivo, cardos ni ortigas cultivo. Cultivo una rosa blanca". Podría apostar que esa maestra no recuerda el incidente. Pero yo sí. Y me gustaría encontrarla, 42 años después, para retarla a un mano a mano de declamación. En estos días, la distancia no es pretexto. Todos pueden encender la cámara de su teléfono y filmarse. Hay maestros que dejan huella para bien, pero hay maestros que dejan huella para mal. No sé cómo se llama, no sé qué fue de ella. Pero tal vez, solo tal vez, alguien que lea estas líneas la recuerde o la conozca. Tal vez alguien sabe dónde está. Tal vez alguien sabe cómo localizarla. Y tal vez alguien pueda ponerme en contacto con ella. Le recordaré aquel día y la retaré a ver de a cómo nos toca. Cada uno recitando sus mejores versos. Veremos entonces si así como es sencillo ser valiente con un niño de 7 años, se es valiente para contender con ese niño, 42 años después, en las lides de los versos, la declamación y la poesía. ________________________ © MMXX Mauricio I. Pérez Cd. del Vaticano, 18 de Mayo - Hoy, al igual que en Roma, se ha celebrado en el Vaticano la primera misa pública. 30 afortunados fieles pudieron acompañar al Papa Francisco ante el altar sobre el sepulcro de Sn. Juan Pablo II para celebrar la Eucaristía en acción de gracias por el centésimo aniversario del natalicio de Karol Wojtyla. Esta ha sido también la última misa diara del Papa Francisco que ha de televisar el Centro Televisivo Vaticano.
En su homilía, el Papa Francisco recordó tres características de Sn. Juan Pablo II: su vida de oración, su cercanía con el pueblo y su amor por la justicia plena, que va de la mano de la misericordia. Acompañaron la comunión el himno de la JMJ del 2000 en Roma y dos cantos de Taizé. El canto de salida fue la traducción al polaco de Pescador de Hombres, canto del que se enamoró Juan Pablo II en México y que pidió que se tradujera a su lengua natal. -Mauricio I. Pérez, Periodista Católico La epidemia causada por el COV-19, conocido también como coronavirus, ha motivado a varios obispos a emitir instrucciones para salvaguardar a los fieles de un posible contagio. En algunos sitios se ha retirado el agua bendita de las piletas, se ha suspendido el Saludo de Paz, se ha suspendido la distribución de la comunión bajo la especie del vino consagrado (al menos en Estados Unidos, donde es práctica común la comunión bajo las dos especies) y también la comunión en la mano. Hay diócesis donde el obispo no lo ha sugerido, sino ordenado. Varias personas están afirmando equivocadamente en las redes sociales que estos obispos están contraviniendo la ley divina. Antes de proseguir, quiero dejar muy claro por enésima ocasión que yo NO estoy a favor de la comunión en la mano por los riesgos que he comentado innumerables veces, de que se profane a Jesús Sacramentado tirando partículas de la hostia consagrada. Yo vivo en uno de los países que tienen autorización de la Santa Sede para hacerlo y el 90% lo hace, pero yo no lo hago, salvo ahora por obediencia a la directiva de mi arzobispo. ¿Dónde prescribió Dios que la comunión se diera en la boca? Si vemos la primera Eucaristía, que tuvo lugar en la Última Cena, la comunión tuvo lugar en el momento de la bendición y la fracción del מַצָה (matzah, pan ázimo) en el Seder del Pesach. Quien lo preside, lo bendice, lo parte y le da un fragmento a cada comensal. Fue esto lo que hizo Jesús. Y sus palabras son inequívocas: "TOMAD y comed". Incluso en los originales de los Evangelios sinópticos y la 1a Carta a los Corintios, los verbos son contundentes: Λάβετε φάγετε (lábete phágete). Λάβετε es el modo imperativo del verbo λαμβάνω (lámbano), que significa "tomar con las manos". De modo que no podemos afirmar que la orden de un obispo de comulgar en la mano contravenga la ley divina. Sé que a muchos les cuesta trabajo comulgar con la mano y eso es muy bueno, pues habla de su profunda reverencia. Pero los obispos no están puestos nada más porque sí. Tienen el ministerio de gobierno, inherente a su ordenación episcopal. Nosotros como su grey, debemos escucharlos y obedecer. No lo hacen por profanar el Santísimo Sacramento, sino por la prevención del contagio de los fieles. ¿Aun así te resulta difícil comulgar con las manos? A mí también. Pero estamos en cuaresma y es un tiempo propicio para ofrecer sacrificios al Señor. Ofrezcamos a Dios en sacrificio el esfuerzo que nos puede significar ser obedientes al comulgar con las manos. Seguramente Dios acogerá nuestra ofrenda. ¡Apasiónate por nuestra fe! _____________________ © Seminans Media & Faith Formation Todos los derechos reservados. Este artículo puede ser publicado en otros medios impresos o digitales únicamente con el permiso expreso del autor., el cual puede solicitar dirigiéndose a [email protected] Cuando la Corrección Litúrgica Parece la Excepción | Parte 3 - La Liturgia de la Eucaristía17/2/2020 Tras conversar con el P. Carlos acerca de la Liturgia de la Palabra y quedarme asombrado de ver cómo me ha contado que sus homilías son fruto en gran parte de su oración, llega el momento de profundizar en el tema que más he esperado: la Liturgia de la Eucaristía. Y es que en la Misa de Gaudete en que lo vi celebrar, fue justo la consagración lo que más me impactó, por la profunda reverencia con que este buen sacerdote confecciona el sacramento. Miro mi reloj y compruebo que todavía tengo tiempo suficiente. El Padre me ha advertido que tiene que celebrar una Misa de exequias a las 8 y son apenas 7:35. La consagración [Mauricio] Pasando a la Liturgia de la Eucaristía, Padre, me llamó la atención cuando usted estaba celebrando toda la Plegaria Eucarística la forma como se inclinaba, la forma como colocaba las manos en cada momento, todo al pie de la letra de lo que el Misal va prescribiendo. No son sugerencias. Y todo tiene un sentido. Por ejemplo, en el Canon Romano (Plegaria Eucarística I), antes de la consagración dice: “…y elevando los ojos al cielo, Jesús dijo…¨ y la rúbrica indica, “el sacerdote, levantando la mirada”. Todo eso tiene un sentido. Esta celebración no es de palabra. Usted está con todo su cuerpo haciendo realidad la Cena del Señor, el memorial. Esa es la diferencia entre un memorial y un recuerdo. No recordamos algo que pasó en Jerusalén hace 2000 años. Lo recordamos para traerlo al presente y entonces participar de él. Lo que más me asombró fue el momento cumbre de la consagración. Cuando usted consagró el pan y después el vino, en el momento de la elevación sostuvo el pan y el vino consagrados por bastante tiempo. Eso me dejó admirado. ¿Por qué lo hace, Padre? Cuénteme, ¿cuál es su propósito? [P. Carlos] En un principio es un momento de intimidad con Dios. Es un momento de oración. Aunque siempre le digo lo mismo en cada Eucaristía, en cada consagración, lo que intento es vivir plenamente lo que estoy celebrando. Y también pidiéndole que cada vez me permita celebrarlo con mayor devoción. Que no me permita que nunca me acostumbre a celebrarlo, que es otro de los grandes riesgos que tiene el sacerdote. Acabar haciéndolo rutinariamente. Incluso ya sin darse cuenta. Como uno al final acaba aprendiéndose las plegarias de memoria, entonces uno puede decirlas ya, de memoria, sin darse cuenta de lo que está diciendo. Entonces, es por una parte ese dar gracias; por otra parte pedir que me ayude a tener más devoción, a jamás acostumbrarme; y también pedir por los fieles. Que también esa celebración y esa piedad que se está viviendo también les ayude a ellos a realmente vivir lo que está pasando ¿no? Porque, lo que yo pienso, siempre que consagro, es imaginarme cómo Cristo dijo esas palabras. Por la implicación que tenían. La Última Cena es anticipación del Misterio Pascual y la Santa Misa es la actualización del Misterio Pascual. O sea, la centralidad es el Misterio Pascual, el misterio de nuestra salvación. Entonces, Cristo en la Última Cena anticipa su entrega. Al decir esas palabras, le está diciendo a sus Apóstoles, les está confirmando que se va a entregar por ellos. Y entonces yo me imagino todos los sentimientos que pudieron existir en Cristo. Sentimientos humanos que pudieron existir en Cristo en ese momento: estar con sus Apóstoles a unas cuantas horas de celebrar ese Misterio Pascual… [M]…de morir en la cruz… [PC]…de realizar esa entrega total. Entonces, cuando toma el Pan y lo entrega, es Él que se está entregando. Cuando entrega el cáliz, está entregando su Sangre. Es ese vivirlo uno mismo. Por una parte, sí, yo empecé a hacerlo (sostener las especies consagradas elevadas) por intimidad, por relación con Dios, como un momento de oración, de adoración a Él. Y también que sirva a los fieles para darse cuenta de lo que se está viviendo. Porque si uno nada más eleva la hostia y la baja rápidamente y hace una genuflexión rápida, ¿qué les permites a los fieles contemplar en ese momento tan rápido? Entonces, el que me detenga, también pienso que le sirve a los fieles para darse cuenta de que es muy importante, lo más importante de la misa. Y sí, a mí también me llega a cautivar cuando normalmente tus fieles, ya sea aquí en la parroquia, las religiosas que les celebro, pero sobre todo, ver un grupo, toda la parroquia que en ese momento se escucha un absoluto silencio que puede durar varios segundos. Pero ese silencio habla mucho. Porque ese un silencio… [M] …contemplativo… [PC] …contemplativo, donde se le permite a todos los fieles que cada uno se dirija a Dios en ese momento. Sí me sirve a mí para vivirlo mejor y pienso que también le puede servir a los fieles. [M] ¡Es interesantísimo! Porque en mis conferencias siempre enfoco todo desde el punto de vista del fiel, la experiencia de Dios que es la Misa desde el punto de vista del fiel. Escuchar lo que significa para un sacerdote esta experiencia de Dios, escuchar que usted se imagina todo lo que Jesús sentía, que pudo ser miedo, anticipación, ansiedad, “Ya que me maten aunque no quiero que me maten”, la nostalgia, el “esta es la última vez”, es la despedida… [PC] …amor, mucha ternura… [M] …y el amor profundísimo, “todo lo estoy haciendo por amor”, la traición de Judas... Y usted lo siente. Y, como usted dice, el reto es no acostumbrarse. En una abrumadora cantidad de sacristías en muchos países está ese letrero, “Sacerdote de Cristo: Celebra esta Misa como si fuera tu primera misa, como si fuera tu última Misa..." [PC] "...como si fuera tu única Misa”. [M] Yo pensé en eso cuando bajó usted la hostia y luego el cáliz, la delicadeza con que los colocaba en altar. Casi con pinzas, Padre. Los tocaba usted con una reverencia, que realmente está consciente usted de quién tenía en sus manos. La genuflexión [M] Lo que más me emocionó, de veras, se me hizo un nudo en la garganta, Padre, fue su genuflexión. Porque no tocó el suelo con su rodilla y se puso de pie. Se quedó haciendo una genuflexión también por bastante tiempo. Eso me hizo recordar a los sacerdotes del Pueblo de Israel cuando entraban al Santo de los Santos con un grillete, porque si veían a Dios y se caían muertos (como era la creencia en ese tiempo), con el grillete los sacaban para nadie entrar y no caerse muerto también. Esto habla del respeto, del temor de Dios que se tenía, de la reverencia máxima. Verlo a usted adorando durante tantos segundos a Cristo presente en la hostia y en el vino consagrados, me conmovió hasta lo más profundo. Padre, ¿qué siente usted cuando está haciendo esa genuflexión? [PC] Primero, al dejar el cuerpo de Cristo en la patena después de la consagración, yo también imagino la delicadeza que implica un recién nacido. Hay sacerdotes que lo han dicho. Sobre todo, formadores: es azotar a Cristo dejarlo caer. Cristo ha querido quedarse en algo tan frágil y también que puede ser manipulado por la gente o maltratado por la gente. Y pienso en la fragilidad de un recién nacido, tan necesitado de los cuidados de sus padres y de todas las personas que lo toman en brazos. Entonces, ese es el cuidado con el que tratas a Cristo. Y lo mismo se podría decir de la Purificación. Estás ante lo sagrado. Sí, lo que pienso cada genuflexión, es como el momento de la muerte de Cristo. Ya todo se ha consumado, la redención se ha consumado –claro, falta el momento de la resurrección– pero todo el sacrificial del Hijo al Padre ya se ha realizado. Y también es un momento en el que completo la oración que estoy realizando en ese momento. [M] Dos detalles que me impresionan: primero, la delicadeza de un recién nacido. Yo siempre le he dicho a la gente en mis conferencias, “¿quieren entender en qué consiste la reverencia? La reverencia en una iglesia es lo mismo que entrar en la habitación de un niño recién nacido dormido. Esa cautela, esa expectación, esa contemplación, ese silencio con el que uno se sale, ese no hablar ni reírse. Es así, como se conduce uno en el cuarto de un recién nacido, como se debe conducir en la iglesia porque ahí está Dios morando”. Y usted, ahora que dice del niño recién nacido, hace eco con lo que yo he dicho. Segundo, usted siente, cuando está haciendo la genuflexión, que está ante el Cristo que ha muerto en la cruz por nuestra salvación. El Papa Francisco, en su última catequesis de los miércoles en que hablaba sobre la Misa (2018), decía que estar en la Misa es como estar en el Calvario. Lo que uno haría en el Calvario es lo que tiene uno que hacer en la Misa. Lo que uno no haría en el Calvario es lo que evitaría en la Misa. [PC] Por eso el Catecismo, uno de los nombres con que se refiere a la Misa, es “Santo sacrificio del altar”. El Calvario que se hace presente sobre el altar a través de la Liturgia. Conclusión [M] Yo me quedaría la vida hablando usted, P. Carlos. Qué maravillosa experiencia ha sido conocer su vivencia. Gracias por su pasión por nuestra fe, gracias por su pasión por la liturgia, gracias por encarnar a Cristo. De ahora en adelante, cuenta no solo con mi oración sino con la oración de muchas personas que van a leer esta entrevista. Porque necesitamos sacerdotes santos que nos ayuden a ser santos. En verdad, yo le voy a pedir mucho a Dios porque usted siga por ese camino para que nosotros podamos seguir ese camino a Cristo Jesús. Mil gracias, Padre. [PC] No tiene qué agradecer. __________________ Me hubiera gustado preguntar al P. Carlos también acerca de la delicada forma con que realiza la Purificación después de la comunión, pues también es de llamar la atención. Además de que es un aspecto de su forma de celebrar que también mencionó el Padre en una de sus respuestas, pero sin ahondar en él en ese momento. Pero, faltan ya 10 minutos para la hora en que el Padre debe celebrar la Misa de exequias y me parece prudente detener así nuestra conversación. Ya con más confianza, luego de haber conversado, el Padre me cuenta sobre su trabajo en la arquidiócesis y yo a él sobre una importante disposición del Papa Francisco que afectará para bien el desarrollo de los asuntos que atiende el P. Carlos. Ya de pie, junto a la fuente del claustro, seguimos conversando con el entusiasmo que suscita compartir la pasión por nuestra fe. Miro el reloj y ya son las 8:10, así que nos despedimos con un cálido apretón de manos. El Padre se dirige a la sacristía a revestirse mientras yo me dirijo a una de las bancas de la capilla para participar una vez más de una Santa Misa que acaba por ser un momento de claro encuentro con el Señor. Dios nos dé muchos sacerdotes más que se tomen con la seriedad debida el Santo Sacrificio del Altar. ¡Apasiónate por nuestra fe! |
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